Es hora de frenar el comercio mundial de armas

En la misma época en que el mundo permanece empantanado en la peor crisis económica desde la Gran Depresión, un sector continúa prosperando: las exportaciones mundiales de armas. Los países exportadores de armas y contratistas de armamento se afanan todo lo posible por expandir sus ventas al extranjero al mismo tiempo que sus propios presupuestos militares dejan de crecer o comienzan a reducirse. Este nuevo impulso exportador encierra consecuencias de gran riesgo para la seguridad internacional.

Estimado conservadoramente en 40 a 50 mil millones de dólares anuales, este comercio es dominado por unos cuantos jugadores, siendo Estados Unidos responsable de la mitad o más del valor de las exportaciones internacionales de armas en los últimos años, seguido por Rusia con alrededor del 20%. Las ventas de armas por éstos y otros dueños principales del negocio contradicen directamente la necesidad de frenar la proliferación de armas en una era de rápidos cambios políticos y ante los conflictos actuales.

La guerra que ocupa la conciencia general en estos momentos es la de Siria, en donde el régimen de Assad ha estado masacrando impunemente a quienes se oponen a su régimen dictatorial. Rusia es por mucho el principal abastecedor de armas de esta nación, y esta conexión, combinada con sus lazos políticos históricos con Damasco, han llevado a Rusia a oponerse al embargo que intenta establecer la Organización de las Naciones Unidas a toda carga de armamento que entre a Siria, al mismo tiempo que se eleva la cuenta de asesinatos en este país.

La presión por parte de Estados Unidos y otros partidarios del embargo ha desembocado en un compromiso voluntario de Rusia de poner fin a sus ventas de armas pequeñas y municiones a Siria. Empero, continúa enviándole otros tipos de armas junto con refacciones que ayudan al ejército sirio a mantenerse activo.

Aunque Washington promueve un embargo de armamento, hay un elemento de hipocresía en la actual política estadounidense hacia Siria. Se mantiene la presión para la reducción de armamento, pero Washington compra helicópteros, para usarlos en Afganistán, a la mismísima empresa rusa –Rosoboronexport- que es la principal proveedora de armas del ejército sirio. Ken Roth, director de Human Rights Watch, ha denunciado esta relación, arguyendo que “lo fundamental es que nadie debe hacer negocios con ninguna empresa que pueda ser cómplice de crímenes de lesa humanidad.” El Pentágono ha ignorado tal demanda con el alegato de que la compra de helicópteros rusos es “esencial”. Eliminar la complicidad de Estados Unidos con Rosoboronexport sería un paso pequeño, pero importante, hacia la promoción de un embargo.

Rusia no es la única nación dedicada a tratos cuestionables de ventas de armas en el Medio Oriente. Estados Unidos está a punto de entregar un pedido de 60 mil millones de dólares a Arabia Saudita, uno de los regímenes más tiránicos de la región y que ha resistido fieramente cualquier avance hacia la democracia dentro de sus fronteras y en el vecino Bahrain, a donde ha enviado tropas para ayudar a suprimir ahí el movimiento democrático. Además del trato con Arabia Saudita, Estados Unidos se encuentra comprometido a abastecer de armas a Bahrain, aunque una venta de vehículos blindados se ha demorado ante la presión del Congreso y una red de grupos defensores de los derechos humanos encabezados por Amnistía Internacional. No menos importante es que Washington ha seguido fiel a su compromiso de suministrar más de mil millones de dólares anuales en ayuda al ejército egipcio justo cuando esa nación necesita mucho más ayuda económica para impulsar su transición a la democracia.

Esta aceleración en las exportaciones de armamento pasa por alto que somos todavía un mundo en guerra, con por lo menos 24 grandes conflictos en desarrollo, de acuerdo con el Proyecto Ploughshare (Proyecto Arado) con sede en Canadá. Más de un tercio de estas guerras están ocurriendo en África, donde las más letales son las de Sudán y la República Democrática del Congo, con cientos de miles de muertes, principalmente de civiles. China está entre las principales proveedoras de armamento de Sudán, mientras una diversidad de tratantes de armas, países vecinos y otros especuladores y aventureros armamentistas llenan de armas al Congo a cambio de acceso a los recursos naturales de esta nación.

Los envíos de armamento a Iberoamérica resultan relativamente modestos en comparación con los de otras regiones; pero a las ventas por los conductos tradicionales las complementan una diversidad abrumadora de programas distintos que abastecen armas y capacitación bajo la apariencia de librar la guerra antidrogas o promover relaciones entre un ejército y otro. El mayor de estos nuevos mercados es México, en donde los embarques subsidiados llegaron a 300 millones de dólares en 2010, para un país que recibía poco o ningún armamento de E.U. a principios de los años 2000. La ironía cruel de este proceso es la entrega de armas por parte de Estados Unidos a ambos lados del conflicto, a medida que los cárteles se aprovechan de una ley de armamento laxa para adquirir armas en Estados Unidos al mismo tiempo en que Washington aumenta drásticamente sus embarques de armas a las fuerzas gubernamentales en México.

La pregunta inmediata ante este febril tráfico de armas es qué puede hacerse para frenarlo en tiempos en que tanto daña a la vida humana, atizando conflictos que matan a diario a miles de personas. Felizmente se está desarrollando una iniciativa de gran importancia, hacia un Tratado global sobre Comercio de Armas (TCA o ATT por sus siglas en inglés). Esta iniciativa volvería más difícil el armar a dictadores o enviar armamento a zonas de conflicto activo. El mes próximo se celebrará una conferencia en la ONU en Nueva York para determinar la configuración del TCA y resolver si éste será una medida voluntaria relativamente débil o un tratado con obligatoriedad que ejerza impacto real en el mantenimiento de las armas fuera de manos de los violadores de derechos humanos y de partes gubernamentales y no gubernamentales de guerras en desarrollo.

La interrogante crucial es: ¿puede convencerse a los jugadores políticos más importantes –y mayores exportadores de armas- para que participen en los esfuerzos para promulgar un tratado estricto? Estados Unidos, Rusia y China serán especialmente importantes en este respecto y enfrentarán la presión de una red global de ONG’s agrupadas bajo la Campaña de Control de Armamento, con el refuerzo de gobiernos simpatizantes.

La implementación del TCA ya va retrasada. El problema, ahora, es si la presión pública podrá obligar a los gobiernos a actuar correctamente antes de que más miles de seres humanos mueran en guerras que pueden y deben evitarse.

William D. Hartung dirige el Proyecto sobre Armamento y Seguridad del Centro de Política Internacional, y es autor de Prophets of War: Lockheed Martin and the Making of the Military-Industrial Complex (Profetas de la Guerra: Lockheed Martin y la Construcción del Complejo Militar Industrial). Colabora con una columna mensual con el Programa de las Américas del CIP, www.americas.org

Traducido por María Soledad Cervantes Ramírez

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