Los springbreakers del libre comercio

Informe
especial
Los Springbreakers del Libre Comercio
por Luis Hernández
Navarro | agosto de 2003

 
Cada año, al comenzar el mes de marzo, se trasladan a Cancún alrededor de 50 mil jóvenes, en su mayoría estadounidenses. Son mundialmente conocidos como springbreakers.
Usan sus vacaciones de primavera para "alocarse" y escapar de
las reglamentaciones en las que viven cotidianamente. Aunque muchos de ellos
son menores de edad se emborrachan, consumen droga y practican sexo callejero.
Lo que no pueden hacer en sus lugares de origen lo viven en las playas mexicanas.
Este septiembre llegarán a la costa caribeña una nueva variedad
de rompe-regulaciones. Asistirán, como protagonistas centrales, a la
quinta reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio
(OMC). Aunque la mayoría de ellos tiene bastantes años más
que los muchachos que se "revientan" en primavera, su apetito para
desembarazarse de las reglas laborales, ambientales o de protección
nacional que restringen la expansión de las grandes empresas trasnacionales
es casi insaciable. Son los springbreakers del libre comercio.
Viajarán a Cancún este otoño para derribar las barreras
que protegen las agriculturas campesinas; controlar los mercados agrícolas
mundiales; apropiarse de la vida de todos mediante patentes; desmantelar los
sistemas de salud pública; y avanzar en el establecimiento de nuevos
compromisos en el terreno de las inversiones extranjeras, compras gubernamentales,
políticas de competencia y facilidades aduanales. Su objetivo es establecer
las reglas de un sistema de inversión, producción y comercio
acorde con los intereses de las grandes corporaciones que no pueden fijarse
país por país.
 
El "sueño de los
banqueros".
En el mapa de los modernos enclaves urbanísticos de la globalización
Cancún ocupa un lugar privilegiado. Sol y sombra del desarrollo desbocado,
la ciudad es, simultáneamente un emblema de la modernidad y del atraso.
Cancún, "nido de serpientes" en lengua prehispánica,
nació por decisión gubernamental hace 33 años. Una isla
desierta, separada de tierra firme por estrechos canales que unían
la mar con varias lagunas, y una ribera rodeada de selva virgen y playas poco
exploradas–todos de enorme belleza natural–fueron convertidas en el polo
de atracción turístico más importante del país.
Toneladas de concreto, varillas y vidrio hicieron nacer lo que el cronista
de la ciudad, Fernando Martí, bautizó como "el sueño
de los banqueros". Un impresionante negocio de constructores, políticos
y cadenas hoteleras trasnacionales que han financiado la construcción
de más de 27 mil cuartos de hotel y precipitado la formación
de un núcleo urbano de 700 mil habitantes. Un proyecto que ha provocado
un ecocidio y en el que miles de personas viven sin drenaje, y con pocos servicios
de agua y electricidad.
Cancún es fuente captadora de divisas e imán que atrae a
casi la mitad del turismo que llega al país, pero es, también,
un ejemplo de pobreza. Población en crecimiento en una nación
sin empleos, es punto de llegada de todo tipo de buscadores de oportunidades.
Territorio para lavar dinero, para la trata de blancas y el narcotráfico,
florecen allí fortunas e inseguridad. Se trata en realidad de dos ciudades
distintas, unidas por una ancha avenida, que comparten un mismo nombre. En
un lado se encuentra la pólis del esparcimiento y los paisajes privilegiados,
en el otro la de la escasez. Pocos lugares más adecuados para que los
nuevos springbreakers , los fundamentalistas del libre mercado, se reúnan
para oficiar una ceremonia de culto.
 
Un matrimonio bien avenido
Aunque formalmente se trata de una institución multilateral que
representa intereses de estados nacionales, en la práctica, desde su
nacimiento en 1995, la OMC y las grandes corporaciones trasnacionales son
como hermanos siameses. Al comenzar el nuevo milenio, las 200 principales
compañías del mundo desarrollan el 28 por ciento de la actividad
económica mundial, las 500 mayores realizan el 70 por ciento del comercio
mundial y las mil más grandes controlan más del 80 por ciento
de la producción industrial del planeta.
Como ha señalado Steven Shrybman, "Muchos observadores han
descrito las normas de la OMC como una declaración internacional de
derechos de las compañías multinacionales". Ello se refleja
en el funcionamiento real de la institución multilateral, que no coincide
necesariamente con su operación pública.
El primer borrador de la propuesta agrícola de Washington en la
Ronda de Uruguay–el antecedente directo en el nacimiento de la OMC–fue elaborado
por quien sería su negociador–un antiguo ejecutivo de Cargill. Concluída
su misión, regresó a laborar en la compañía.
Cargill, uno de los grandes gigantes agroalimentarios mundiales, controla
la cuarta parte de las exportaciones de granos de Estados Unidos, y Excel,
una de sus subsidiarias, el 22 por ciento de la industria de empacado de carne.
La agenda de ese país en las negociaciones comerciales agrícolas
es, en mucho, fijada por este monopolio. Durante la fallida reunión
ministerial de la OMC efectuada en Seattle en 1999, la transnacional envió
a los delegados un mensaje claro: "Abrir los sistemas alimentarios para
hacer más libre el comercio dará a los agricultores oportunidades
para crecer y prosperar, satisfará los deseos de los consumidores de
tener más opciones de compra y mayor seguridad, y promoverá
pacíficamente la prosperidad en el mundo. Los ministros reunidos en
Seattle pueden servir a esta noble causa".
En The WTO´s Hidden Agenda , Gregory Palast ( CorpWatch ,
9 de noviembre de 2001) revela la magnitud del vínculo secreto existente
entre industria y gobierno en el diseño de las propuestas europeas
y estadunidenses para promover cambios a favor de las corporaciones en las
reglas de operación de la OMC. Utiliza para ello documentos confidenciales
del Secretariado de la OMC y un grupo de capitanes de las finanzas de Londres
descubierto por el think tank holandés Corporate Europe Observatory.
Las minutas de sus reuniones muestran que los funcionarios gubernamentales
compartieron documentos confidenciales de la negociación con los líderes
de las corporaciones, así como información interna en torno
a las posiciones de la comunidad europea, Estados Unidos y países en
desarrollo. En estas reuniones se informó y discutió sobre el
GATS (Acuerdo General sobre Comercio en Servicios por sus siglas en inglés),
un tratado que afectaría todos los servicios públicos, desde
salud y educación, hasta la energía, el agua y el transporte.
El Acuerdo promueve la desregulación total de estos servicios y representa
un desafío a las leyes nacionales sobre medio ambiente, laborales y
de protección al consumidor, a las que define como barreras comerciales.
Por ello se trata de uno de los temas más controversiales en la ministerial
de Cancún.
Los documentos secretos sugieren que los cabilderos corporativos tuvieron
un éxito asombroso en convencer a los gobiernos occidentales de que
adopten sus planes para ampliar radicalmente el alcance del GATS. Un memorándum
confidencial obtenido del interior del Secretariado de la OMC, escrito cuatro
semanas después de la reunión de un grupo empresarial sobre
el asunto, señala que los negociadores europeos habían aceptado
"la prueba de necesidad", que requiere a las naciones que prueben
que sus regulaciones no son impedimentos ocultos al comercio. El Grupo de
Trabajo sobre Reglamentación Doméstica de la OMC llegó
a un consenso privado para incluir en el GATS lenguaje aún más
enérgico que el establecido en el Tratado de Libre Comercio de América
de Norte (TLCAN), pues éste sólo requiere que la reglamentación
nacional sea "menos restrictiva al comercio" mientras la propuesta
para el GATS de la OMC requeriría que las leyes y regulaciones nacionales
no vayan "más allá de los absolutamente necesario"
en limitar la posibilidad de hacer negocios.
 
El Zar del libre comercio
En la baraja política estadounidense, las grandes corporaciones
tienen un as. Su nombre es Robert Zoellick y ocupa el puesto de Representante
de Comercio con rango de embajador del más importante mercado del planeta.
Es el principal asesor del presidente George W. Bush en materia comercial
y su negociador en jefe en cuestiones de comercio. Será una de las
figuras claves en la V reunión ministerial de la Organización
Mundial de Comercio (OMC) que se efectuará en Cancún.
Fundamentalista del libre mercado egresado de la Universidad de Harvard,
indistintamente funcionario público o gerente empresarial, Robert Zoellick
ha sabido representar fielmente los intereses de las grandes compañías
en las políticas públicas comerciales. Fue Subsecretario de
Estado bajo las órdenes de James Baker, durante el gobierno de George
Bush padre, pero trabajó también como consultor de Enron, empresa
de la cual fue accionista hasta que se reintegró a la administración
pública. Funcionario del Departamento de Estado entre 1985 y 1988,
fue parte, años después, del Consejo del consorcio Viventures/Vivendi
Universal, uno de los gigantes que controlan el agua potable en el mundo,
además de producir armas. También ocupa un lugar privilegiado
en la industria de los medios, y presiona para privatizar las compañías
telefónicas de los países pobres.
Zoellick trabajó también con SAID, una firma dedicada a la
seguridad en los sistemas de comunicación, basada en Sudáfrica,
fletada en Bermudas. Entre sus actividades se encuentra la defensa de los
derechos de propiedad intelectual tales como patentes y derechos de autor,
especialmente aquellos que son parte del patrimonio de compañías
estadounidenses.
El hoy jefe de las negociaciones comerciales laboró para el gigante
Goldman Sachs y para Alliance Capital, una firma líder en inversiones
globales, con bienes por un monto de cerca de 430 mil millones de dólares.
Así las cosas no resulta extraño que la agenda comercial que
ha defendido corresponda puntualmente a las exigencias de los grandes consorcios.
Zoellick ha buscado que en los acuerdos comerciales firmados con otros países
o en la reglamentación de los organismos multilaterales se incluyan
medidas como la negativa a que otros países tengan alguna forma de
control de capitales, la prohibición a que los gobiernos extranjeros
favorezcan en sus compras a empresas nacionales, y la obligación de
los gobiernos a indemnizar a las compañías estadounidenses en
caso de que sus ganancias sean afectadas por políticas públicas.
Como él mismo lo ha dicho, "El libre comercio trata sobre la
libertad. Es importante para nuestra economía pero también lo
es para otros intereses y valores en todo el mundo. Siempre he creído
que la apertura es la carta victoriosa de Estados Unidos. Nos hace más
fuertes como pueblo y más dinámicos como nación."
Ese es el hombre con el que el resto del planeta deberá enfrentarse
en Cancún.
 
Uniliateralismo y multilateralismo
comercial
Suena la hora del unilateralismo del Tío Sam . Poco después
del 11 de septiembre de 2001 George W. Bush lo dijo con claridad: "La
historia nos ha dado la oportunidad de defender la libertad y combatir la
tiranía, y es exactamente lo que vamos a hacer. No bajaremos la guardia
hasta terminar. Algunos se relajará, otros se cansarán, pero
no será mi caso, ni el del gobierno de Estados Unidos, ni el de mi
país."
La guerra juega un papel clave en el establecimiento del nuevo orden. Es
parte del ciclo de expansión y consolidación de un nuevo ciclo
de reformas neoliberales y no un mero accidente propiciado por un grupo de
fundamentalistas religiosos. Su objetivo es imponer un gobierno de la globalización
autoritario, establecer un nuevo imperio, o en palabras de William Kristol
y Robert Kagan una "hegemonía global bondadosa".
La estrecha relación entre la guerra y el comercio en la nueva estrategia
dre hegemonia estadounidense, lo señaló el hombre de la Casa
Blanca: "Los terroristas–afirmó–atacaron el World Trade Center,
y nosostros los derrotaremos expandiendo y promoviendo el comercio mundial."
La pasión estadounidense por el libre comercio está guiada
por la necesidad de abrir nuevos mercados para sus productos y sus compañías.
Washington ha dado muestras de que el unilateralismo que sigue en la diplomacia
abarca también muchos otros ámbitos, incluidos sus políticas
comerciales. La nueva Farm Bill, el incremento de los aranceles a los productos
siderúrgicos provenientes de otros países, el Trade Promotion
o "Fast Track", la votación de la Cámara de Representantes
en contra del etiquetado en origen de la carne de vacuno son algunas de las
perlas que forman este collar.
Pero ¿acaso esta vocación unilateralista en la imposición
de un nuevo imperio no choca con la disposición para abrir sus mercados,
fomentar el intercambio internacional de mercancías y participar en
la construcción de un sistema mundial de comercio?
El apetito de la sociedad estadounidense por el consumo parece no tener
fin. Lejos de disminuir ante las dificultades económicas, su capacidad
para devorar mercancías de todo el planeta crece con el paso del tiempo.
El déficit de su balanza comercial es enorme y sostenido. Si en 1972
era de apenas el 0.5 por ciento de su PIB en el 2000 llegó al 4.5 por
ciento y en 2002 fue deficitaria en 435 mil millones de dólares. Desde
1935 Estados Unidos ha venido abriendo sus fronteras para ciertos productos
de socios específicos. La media arancelaria actual sobre el conjunto
de las importaciones es de cerca de 2 por ciento, y la media sobre todos los
productos no exentos es de 4 por ciento.
A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, Washington ha desempeñado
un papel clave en la promoción y el funcionamiento del sistema mundial
del comercio. Casi todas las grandes rondas de negociación para la
liberalización comercial han sido impulsadas por él. EE.UU.
cuenta con los recursos y los medios para hacer valer su interés en
un nuevo orden comercial, y no hay potencia capaz de sustituirlo, aunque,
coyunturalmente, la Unión Europea haya sido un contrapeso a sus planes.
Estados Unidos ha aceptado someterse al sistema de solución de disputas
de la OMC, a pesar de haber perdido varios casos importantes en este foro.
Ha desempeñado, además, un importante papel en las negociaciones
post-Doha.
¿Puede acusársele entonces de unilateralismo? ¿No
demostrarían estos hechos que su retórica antiproteccionista
es sincera? Veamos los contras y asegunes del caso.
Es cierto que los aranceles estadounidenses son, en promedio, bajos, pero
esta media oculta el hecho de que los aranceles más altos son aplicados
a mercancías provenientes de países no desarrollados y destinados
al consumo de sus los estadounidenses más pobres, como ropa y calzado.
Este monto oculta, además, la existencia de un verdadero arsenal de
medidas de protección tales como salvaguardas, antidumping, derechos
compensatorios contra subsidios, requisitos sanitarios y fitosanitarios, barreras
técnicas para manufacturas, requerimiento de empaque o restricciones
ambientales. Por si fuera poco, los cuantiosos apoyos que ciertos productos
reciben y que provocan que su precio sea artificialmente bajo (sobre todo
en el caso de algunos cultivos), hacen prácticamente imposible a los
exportadores extranjeros poder incursionar en el mercado imperial.
El multilateralismo comercial le interesa a Estados Unidos en tanto ellos
son los principales beneficiarios de su funcionamiento. Es en este marco que
los sectores más dinámicos de su economía tales como
la tecnología de punta, la biotecnología, la informática,
las patentes genéticas y el comercio electrónico, resultan ser
los ganadores netos de negociaciones para adoptar reglas sobre temas aún
no incluidos. Se trata de un sistema que beneficia a sus empresas, y que le
permite el uso de su poder de mercado.
Por lo demás, este multilateralismo se encuentra claramente acotado.
Desde la firma del primer tratado de libre comercio con Israel en 1985, Washington
ha entrado en una febril construcción de pactos comerciales de diverso
tipo al margen de la OMC. Según el secretario Zoellick el presidente
Bush tiene la llave "que necesita para empujar la liberalización
comercial globalmente, regionalmente y bilateralmente. Al avanzar en múltiples
frentes, estamos creando una competencia en la liberalización, colocando
a Estados Unidos en el corazón de una red de iniciativas para abrir
mercados. Si hay quien está listo para abrir sus mercados, Estados
Unidos será su socio. Si otros no están listos, Estados Unidos
avanzará con los países que lo estén."
La lista de los acuerdos de libre comercio aprobados o en negociación
crece rápidamente: Canadá, México, Chile, Singapur, los
cinco países que integran el Mercado Común Centroamericano,
las cinco naciones que forman la Unión Aduanal Africana, Marruecos,
Australia, y por supuesto, el ALCA. Estas negociaciones evitan hacer concesión
alguna en ramas como la agricultura, argumentando que requieren de un acuerdo
global y sistémico, pero exige–como sucede con el ALCA–hacer compromisos
en temas claramente globales y sistémicos como propiedad intelectual,
inversiones, servicios, competencia y compras gubernamentales.
El dogma de la liberalización comercial propagado por Washington
busca fortalecer su capacidad para dosificar el acceso de los socios hacia
su mercado de acuerdo a las concesiones obtenidas para sus empresas en otras
naciones. No en balde el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz,
afirmó que la nueva ley agrícola es "el ejemplo perfecto
de la hipocresía de la administración Bush en materia de liberalización
comercial".
 
La guerra de los alimentos
Esta estrategia coloca a Washington en una posición en la que puede
utilizar su fuerza y obtener concesiones significativas frente a naciones
más débiles que se ven obligados a hacer concesiones importantes
para tener acceso al mayor mercado del planeta, al tiempo que lo colocan en
mejor posición frente a otros rivales comerciales.
De acuerdo con Zoellick, en el caso específico de la agricultura,
los acuerdos bilaterales "tienen el potencial para obtener mayores beneficios
a la agricultura estadounidense, aún si trabajamos en las negociaciones
de la OMC. Estas iniciativas nos permitirán nivelar el campo de juego"
con otros países (…) "estas negociaciones ayudan a asegurar
la apertura de mercados para las exportaciones agrícolas mientras reserva
la reforma a los subsidios a los compromisos de la OMC." O sea, con los
Tratados de Libre Comercio, Estados Unidos no tiene que hacer concesión
alguna para modificar sus cuantiosas subvenciones agrícolas pero pueden
obligar a los demás a hacer todo tipo de concesiones.
La producción de alimentos es un arma clave y poderosa que Estados
Unidos ha aceitado desde hace décadas. Como ha señalado Peter
Rosset de Food First, guerra, alimentos y derechos de propiedad intelectual
están estrechamente vinculados a la estrategia económica de
la Casa Blanca desde los años 70. Desarrollo de la industria militar,
producción masiva de granos y patentes han sido pilares de la hegemonía
estadounidense en la economía mundial.
La comida es un instrumento de presión imperial. John Block, secretario
de Agricultura entre 1981 y 1985, afirmó: "El esfuerzo de algunos
países en vías de desarrollo para volverse autosuficientes en
la producción de alimentos debe ser un recuerdo de épocas pasadas.
Estos países podrían ahorrar dinero importando alimentos de
Estados Unidos". Los productos agrícolas made in USA son
una de las principales mercancías de exportación de ese país.
Con su mercado interno saturado está empujando, agresivamente, para
abrir las fronteras a sus alimentos. Una de cada tres hectáreas se
destina a cultivar productos agropecuarios para exportación. Una cuarta
parte del comercio rural la realiza con otros países.
El presidente George W. Bush lo ratificó al firmar la Ley de Seguridad
para las Granjas e Inversión Rural de 2002. "Los estadounidenses–dijo–no
pueden comer todo lo que los agricultores y rancheros del país producen.
Por ello tiene sentido exportar más alimentos. Hoy 25 por ciento de
los ingresos agrícolas estadounidenses provienen de exportaciones,
lo que significa que el acceso a los mercados exteriores es crucial para la
sobrevivencia de nuestros agricultores y rancheros. Permítanme ponerlo
tan sencillo como puedo: nosotros queremos vender nuestro ganado y nuestro
maíz y nuestros frijoles a la gente en el mundo que necesita comer."
 
México y los nuevos springbreakers
Sí en alguna nación se ha cumplido el sueño de libre
comercio de los nuevos springbreakers ese es México. Este país
tiene 10 tratados de libre comercio con 32 países, está negociando
otros con Panamá, Uruguay y Japón, y promueve la formación
del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Entre 1990 y 2001
su comercio creció a un promedio anual del 13.4 por ciento.
Sin embargo, este "éxito" tiene mucho de espejismo. El
comercio crece pero la economía está estancada. En el mismo
lapso de tiempo, el PIB se incrementó a un ritmo de sólo el
2.7 por ciento. Y si la balanza comercial con Estados Unidos es superavitaria
ello se debe a las exportaciones petroleras y maquiladoras. En palabras de
Alejandro Nadal "Como Alicia, tenemos que correr más rápido
para mantenernos en el mismo lugar".
No obstante el fracaso, los funcionarios mexicanos insisten en esta misma
ruta a la hora de decidir que van a hacer en Cancún. Han apostado el
futuro del agro mexicano a la reunión de la OMC. Allí–han dicho–buscarán
presionar a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón para que
reduzcan los apoyos que brindan a sus productores rurales.
Pero poco duró el efecto de las declaraciones de los funcionarios
mexicanos. Fueron refutadas unas cuantas horas después de pronunciadas.
Ernst Micek, director general de Cargill, señaló: "No podemos
reducir los subsidios en agricultura. Estados Unidos no modificará
su política antes de ocho o diez años". Y Kathleen B. Cooper,
subsecretaria de Comercio, aseguró: a corto plazo los subsidios que
aprobó el Congreso al sector agrícola no podrán disminuirse.
Efectivamente, la política de subvenciones rurales de Estados Unidos
no se modificará por una combinación de intereses. La exportación
de alimentos es clave para esa economía: tiene efectos multiplicadores.
Por cada dólar que se exporta de productos rurales, se generan 1.47
dólares en otras actividades. La fijación de precios de los
granos por debajo de los costos de producción, gracias a los subsidios,
es la mejor garantía de que los mercados agrícolas estadounidenses
permanecerán casi inaccesibles para otros países.
Farol de la calle, oscuridad de la casa, Estados Unidos ha impulsado sistemáticamente
en los foros internacionales la reducción de los subsidios agrícolas,
pero los ha incrementado dentro de sus fronteras. Esa fue su posición
en septiembre de 1986 durante las conversaciones de Punta del Este de la llamada
"Ronda de Uruguay". Lo mismo sucedió en julio de 1987 con
la Opción Cero , en la que propuso la reducción de todas
las subvenciones agrícolas que distorsionaban el comercio o la producción
en un plazo de 10 años. En septiembre de 2001 se unió al grupo
Cairns para reformar el sistema de comercio internacional y eliminar todos
los subsidios que deforman los mercados. Apenas en la reunión de la
OMC del año pasado, en Doha, refrendó su política anti-subsidios,
como lo hace ahora de cara al encuentro mexicano.
En septiembre llegarán a Cancún los nuevos springbreakers
a seguir su desenfrenada carrera por acabar con las medidas que permiten a
los gobiernos regular el comportamiento de las empresas privadas. Falta ver
si la sociedad civil internacional y los países pobres se los permitirán.
Luis Hernández Navarro <

> es Coordinador de Opinión del periódico La Jornada
y miembro del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano. Es analista
para el IRC Programa de las Américas.
www.omcmexico.org
www.omcmexico.org.mx
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Publicado por el Programa
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derechos reservados.
Cita recomendada:
Luis Hernández Navarro: “Los Springbreakers del Libre Comercio”
Informe especial, Programa de las Américas (Silver City, NM: Interhemispheric
Resource Center, agosto de 2003).
Ubicación
en Internet:
http://www.americaspolicy.org/reports/2003/sp_0308springbreakers.html
Información de producción:
Escritor: Luis Hernández Navarro
Redacción: Laura Carlsen, IRC

Producción y diseño: Tonya Cannariato, IRC

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