Bolivia: Democracia Contra la Crisis

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Análisis post-electoral
Bolivia: Democracia Contra la Crisis
por Roberto Laserna | 8 de agosto de 2002

Bolivia acaba de culminar su proceso electoral posesionando a un Congreso con casi 80% de novatos y una amplia representación indígena. La disputa final enfrentó al líder cocalero Evo Morales y al reformista Gonzalo Sánchez de Lozada. Este último gobernará durante los próximos cinco años. El proceso, sus tendencias y significaciones hacen de Bolivia, una vez más, un caso singular de la política latinoamericana.

Elecciones y democracia
En 1982, luego de un largo periodo de dominación militar, las luchas sociales impusieron la democracia en Bolivia. Desde entonces el país ha vivido cinco elecciones nacionales y todas han culminado exitosamente, conformando gobiernos estables y capaces de incorporar paulatinamente reformas económicas y políticas que han transformado el país y sus perspectivas de desarrollo. Un signo claro del vigor de la democracia boliviana es que, en todos los casos, la transferencia del mando gubernamental ha pasado del oficialismo a la oposición. El pluralismo político, cuya contracara es la dispersión del voto, ha hecho que el proceso se sustente en acuerdos parlamentarios y coaliciones postelectorales.
Las elecciones realizadas el 30 de junio de 2002, en eso, no han sido diferentes. Los votantes castigaron al oficialismo y dieron la victoria a Gonzalo Sánchez de Lozada, candidato del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y Presidente de Bolivia entre 1993 y 1997. Su triunfo fue por un poco más de 40 mil votos sobre sus inmediatos seguidores: un margen muy estrecho. Evo Morales, del Movimiento al Socialismo (MAS) y Manfred Reyes Villa, de Nueva Fuerza Republicana (NFR), alcanzaron el segundo y tercer lugar respectivamente, con una diferencia aún más estrecha entre ellos: menos de 800 votos a nivel nacional. Pocos, pero suficientes para dejar a Reyes Villa sin opciones, colocando a Evo Morales en posición de disputar la Presidencia en la elección congresal. Quien finalmente dirimió la disputa fue el ex Presidente Jaime Paz Zamora (1989-1993), del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que a pesar de tener el cuarto lugar en votación, logró el tercero en número de parlamentarios gracias al desempeño de los candidatos uninominales y a buenos resultados en el Senado.
La distinta consistencia partidaria parece explicar las diferencias de votos obtenidas por los cuatro. Mientras el MNR y el MIR demostraron una organización capaz de cubrir el país entero, el excapitán Reyes Villa y el sindicalista Morales tuvieron una votación regionalmente concentrada. La imagen personal de ambos no fue suficiente para sobreponerse a su falta de estructuras partidarias, aunque uno de ellos, Evo Morales, contó con las organizaciones sindicales de colonizadores y regantes.
Lejos de estas cuatro fórmulas se ubicaron los demás participantes de esta contienda democrática, incluidos el movimiento indigenista aymara y el principal partido de la coalición que gobernó el país durante los últimos cinco años, Acción Democrática Nacionalista (ADN).
Puesto que ningún candidato logró la mayoría absoluta que manda la Constitución para acceder directamente al control del poder ejecutivo, el Congreso tuvo que elegir entre las dos fórmulas con mayor votación. Luego de un tenso periodo de negociaciones y diálogo político, MNR y MIR alcanzaron un acuerdo a partir de los aspectos coincidentes de sus propuestas electorales. La votación en el Congreso, en una sesión que se prolongó por cerca de 27 horas y culminó el 4 de agosto, fue contundente: dos tercios de los votos válidos fueron para el vencedor, favorecido en parte por la reticencia de NFR a optar por otro que no fuera su líder.
Así, Gonzalo Sánchez de Lozada, artífice de la estabilización y el ajuste estructural cuando era Ministro de Paz Estenssoro (1985-1989) y conductor de un gobierno que introdujo innovaciones profundas en el país, como la capitalización de las empresas públicas y la reforma municipal con participación popular, retorna a la Presidencia de Bolivia. Lo acompaña como Vicepresidente el historiador y periodista Carlos Mesa, quien fue presentado durante la campaña como el responsable de la lucha contra la corrupción que deberá emprenderse para satisfacer una de las demandas más sentidas por la población.

Los desafíos del nuevo gobierno
Las circunstancias son difíciles y el sistema institucional y político del país será puesto a prueba una vez más.
La crisis se ha venido agravando en la región y Bolivia tiene una economía muy vulnerable. Exporta materias primas y su industria es pequeña y débil. La agricultura de alimentos, en manos de las unidades campesinas, es su plataforma más estable pero se caracteriza por bajísimos rendimientos dada su tecnología arcaica, falta de irrigación y el predominio de una lógica familiar de sobrevivencia en la producción y el comercio.
La opción económica más importante del país consiste en la exportación de gas natural a los mercados de México y California. Tiene reservas y capacidad de producción a bajo costo, pero el negocio estará en el centro de los debates y conflictos políticos como ya lo anunciaron en discursos a momentos agresivos varios parlamentarios del MAS y NFR. A pesar de la pobreza y de la urgente necesidad de contar con nuevas fuentes de ingresos nacionales, la población boliviana es también muy sensible a temas referidos a la explotación de los recursos naturales, especialmente si en ella intervienen empresas internacionales. Adicionalmente, como Bolivia carece de costa marítima propia desde la guerra que perdió con Chile a fines del siglo XIX, el proyecto exportador tiene un componente adicional de tensiones en la necesidad de negociar un puerto de procesamiento y despacho del gas. Aparentemente, la posibilidad más rentable es un puerto en Chile, pero una tradición patriótica cultivada en torno a la definición de ese país como el principal enemigo nacional podría movilizar opiniones en contra.
Como toda sociedad que no ha terminado de superar los traumas del coloniaje, el sentimiento nacionalista es todavía muy fuerte en Bolivia y puede aglutinar a fuerzas conservadoras y progresistas unificando sus diversos sentidos. Tres son particularmente importantes: la resistencia al imperialismo y a la globalización, encarnados por las empresas petroleras y la necesidad energética de California, la desconfianza hacia “el vecino usurpador” como frecuentemente se define a Chile, y la emergencia de movimientos comunitarios de indígenas y campesinos unidos en la defensa de la coca y de la identidad aymara.
Así pues, la solución de los problemas económicos se cruza con otros temas de relevancia política que seguramente complicarán mucho la gestión gubernamental iniciada el 6 de agosto. Y es que esos temas están ya asociados a los vigorosos movimientos contestatarios que, entre otras cosas, lograron colocar a Evo Morales como protagonista de la última etapa de la elección presidencial.
Esos movimientos lograron arrinconar al gobierno de Bánzer y aspiran a conquistar mayores espacios de poder combinando la fuerza de sus organizaciones sociales para la lucha en las calles y la de sus parlamentarios para la confrontación política en el Congreso. Como ya se mencionó, los núcleos sociales de esos movimientos están formados por los campesinos productores de coca, liderados por Evo Morales y aglutinados en el MAS, y los campesinos y pobladores urbanos de origen aymara que respaldan a Felipe Quispe.
La presencia de estos dos líderes como diputados y encabezando una fuerza parlamentaria que alcanza al 26% de los miembros del Congreso de Bolivia, es también, indudablemente, otra prueba de la apertura del sistema político boliviano y de su capacidad de incorporar nuevas expresiones. Por si no fueran suficientes los temas controversiales ya mencionados, las demandas de integración social que estas fuerzas representan constituyen otro enorme desafío para el nuevo gobierno, quizás incluso más difícil y complejo que los otros por su profundo contenido cultural.

Evo y el MAS: Cocal, indigenismo, e izquierda radical
Los resultados electorales en Bolivia parecen haberse definido en las dos últimas semanas de campaña. Más allá de los niveles de respaldo que ilusionaron a algunos candidatos, las encuestas mostraban altos porcentajes de indecisos, fuertes cambios de opinión en el electorado y un margen de diferencias entre los primeros que se estrechaba a medida que se acercaba la fecha de elecciones. Un aumento de dos puntos a un candidato y una reducción de dos a otro cambiaba todas las predicciones.
Y eso fue lo que ocurrió en esos últimos instantes, particularmente con los candidatos de menor consistencia política y por tanto más dependientes del humor circunstancial de los electores: Manfred Reyes Villa, de la NFR, y Evo Morales, del MAS.
Reyes Villa había ido ganando respaldo hasta colocarse como favorito en las encuestas. Pero cuando abandonó el seguro cascarón de la publicidad envasada y empezó a confrontar en público a sus adversarios, se pusieron al desnudo las debilidades de su candidatura y se empezaron a verificar las dudas que sembró sobre sus ideas y antecedentes la propaganda negra. Sus respuestas eran rígidas y reiterativas, su discurso cambiaba para complacer a los diversos auditorios, y las vacilaciones y evasivas lo llevaron a una mentira flagrante a partir de la cual empezó su debacle, cuando negó conocer a un socio suyo que resultó ser padrastro de su esposa y tesorero municipal en su gestión como Alcalde de Cochabamba. El recuerdo de su pasado militar, asociado a la dictadura de García Mesa, terminó por resquebrajar su candidatura.
Mientras tanto, Evo Morales cosechaba poco a poco el voto de protesta, amparado en una candidatura que tenía un carácter fundamentalmente testimonial y simbólico, incluso para el propio dirigentes campesino y su entorno. A sus antecedentes como dirigente surgido desde las bases y enfrentado a la política antidrogas inducida por los Estados Unidos, su expulsión del Parlamento a comienzos de la campaña lo mostró también como una víctima del sistema. Además, en contraste con el dirigente altiplánico Felipe Quispe, el discurso de reivindicación étnica de Morales es menos enfático y amenazador. Con esa imagen de significados múltiples, su candidatura atrajo un número mayor de simpatizantes urbanos, una gran parte de los cuales quería expresar su protesta más que apoyar un programa socialista. Los primeros sorprendidos con el resultado final de las elecciones fueron los dirigentes del MAS, a tal punto que lograron ganar un puesto en el senado pese a no tener candidato pues no hubo quien prestara su nombre para tan remota posibilidad. Es que no hay votación separada para senadores, y se adjudican según los resultados en cada uno de los nueve departamentos: dos a la primera mayoría, y uno a la segunda. Y el MAS, sin esperarlo, obtuvo la primera mayoría en Potosí.
El ascenso del MAS admite, por eso, muchas y diversas explicaciones, todas igualmente válidas. Su característica central es que cuenta con un liderazgo personal de vigorosa proyección pública y un núcleo social muy consistente.
El núcleo del MAS está integrado por los colonizadores campesinos que producen hoja de coca y que disponen de una organización centralizada con sólidas raíces locales. Se trata de un grupo fuertemente cohesionado en la defensa de los cultivos de coca, hecho que lo sitúa simbólicamente frente a un enemigo inmensamente superior, nada menos que los Estados Unidos y su política antidrogas. Ello dota a su reivindicación de un sentido nacionalista que terminó por atraer a los militantes y simpatizantes de la izquierda tradicional boliviana. Pero es difícil de creer que esa izquierda haya representado un aporte importante de votos porque no tiene organización ni propuestas programáticas. Como ya se señaló, es más probable que el electorado urbano del MAS sea el mismo cuyo apoyo estuvo fluctuando de uno a otro candidato en busca de expresar su frustración y su bronca.
El desafío inmediato del MAS era aprovechar la oportunidad para empezar a convertir su fuerza electoral en fuerza política, interviniendo en la concertación con propuestas y demandas que orientaran de alguna manera el accionar del futuro gobierno. Tenía grandes posibilidades pero no solamente no lo hizo sino que se negó al diálogo, autoexcluyéndose del ámbito político en el que había ganado tanto espacio. En el futuro es probable que intente mantener la cohesión de sus bases con actitudes permanentes de rechazo y confrontación con el gobierno de Sánchez de Lozada. Pero para eso no podrá contar con el apoyo flotante que le llegó en las elecciones, que posiblemente lo empiece a abandonar muy pronto.
Además, en la oposición tendrá una doble competencia. Por un lado con el partido de Reyes Villa que seguramente tratará de mostrarse como una opción más constructiva, y por otro con su rival campesino, Felipe Quispe, que será más agresivo y radical.

Gobernabilidad y conflicto
Lo que puede anticiparse es que a ninguno le será fácil ejercer esa oposición. El nuevo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada tiene una visión muy clara de lo que tiene que hacer, emerge de un acuerdo entre los dos partidos más fuertes en organización y militancia (MNR y MIR), y cuenta con el apoyo del sistema institucional–incluyendo a las Fuerzas Armadas–y de la comunidad internacional–incluyendo al gobierno de los Estados Unidos. A diferencia del anterior, éste no es un gobierno débil.
Tanto Sánchez de Lozada como Paz Zamora han insistido en señalar que su acuerdo no es excluyente y que quisieran iniciar una nueva época de concertación, diálogo y transparencia. Considerando lo señalado respecto del MAS y de la NFR, parece poco probable que así sea, de modo que no puede descartarse que el futuro esté plagado de tensiones y conflictos.
Al tema crucial del proyecto de exportación de gas natural, ya mencionado, se sumarán reivindicaciones en torno a la política antidrogas y la erradicación de cultivos de coca, demandas de acceso a la tierra, aspiraciones de soberanía comunitaria en territorios indígenas y el control del agua. Temas que ya han formado parte de la agenda de conflictos sociales y sobre los cuales convergen múltiples intereses y políticas confusas.
Y el gobierno tendrá que enfrentar también las demandas corporativas de varios sectores, desde los jubilados, maestros y trabajadores en salud, hasta los de pequeños comerciantes y deudores, afectados por un control aduanero crecientemente restrictivo y la contracción de la cartera bancaria.
La nueva coalición gobernante, en sus primeros pasos, ha emitido algunos signos alentadores para afirmar un nuevo estilo de concertación. Incluso antes de posesionar al nuevo Congreso, los partidos acordaron proponer reformas constitucionales destinadas a abrir aún más el sistema político y generar nuevos mecanismos de participación social. La nueva legislatura tendrá que aprobar y refinar esas reformas, canalizando así una de las demandas políticas más reiteradas en los últimos años. Y una vez posesionado el Congreso se dieron claras muestras de pluralismo al conformar directivas con participación de todos los partidos y, en señal de mayor sensibilidad a demandas de equidad de género, se eligió a una mujer como Presidenta del Senado y, por tanto, tercera en orden de sucesión presidencial.
Los primeros noventa días de gestión darán pautas más claras no solamente sobre la orientación específica de las políticas gubernamentales, sino también sobre su capacidad para concertar sin perder el principio de autoridad ni sacrificar el imperio de la ley. Los desafíos del desarrollo, la equidad y la integración social que tiene Bolivia son todavía muy grandes.
Roberto Laserna, Ph.D. de la Universidad de California, Berkeley, es investigador del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES) y docente de la Universidad Mayor de San Simón, en Cochabamba, Bolivia. Su página web se puede visitar en http://www.geocities.com/laserna_r/
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Publicado por el Programa
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Cita recomendada:
Roberto Laserna, “Bolivia: Democracia Contra la Crisis,” Programa de las Américas (Silver City, NM: Interhemispheric Resource Center, 8 de agosto de 2002).
Ubicación
en Internet:
http://www.americaspolicy.org/commentary/2002/sp_0208bol-dem.html

 

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