Bolivia: a la cola de la economía y a la cabeza de la insumisión

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Análisis post-electoral
Bolivia: a la cola de la economía y a la cabeza de la insumisión
por Rafael Puente | 8 de agosto de 2002

En el medio de un continente agitado por la crisis económica y por las movilizaciones sociales, Bolivia muestra además dos características que lo diferencian de su contexto: por un lado presenta un nivel crónico de pobreza económica y atraso tecnológico; por otro lado, el componente étnico de los pueblos originarios o indígenas representa las dos terceras partes de la población nacional y el 95 por ciento de la población rural.
En este contexto las elecciones generales del pasado 30 de junio han puesto a la vista que después de 17 años de modelo de libre mercado la situación ha cambiado–se podría decir radicalmente. El resultado inmediato es la incertidumbre–e incluso el miedo–ya que dicha novedad se suma al peligro de efecto dominó que ha empezado con la crisis argentina y que parece estar dando su primer coletazo en Uruguay. Veamos los ingredientes y las perspectivas del nuevo escenario político boliviano.
¿Hemos ingresado a una etapa de transición?
Los resultados electorales indican que sí. Sólo el 16 por ciento de los electores registrados en la Corte Electoral ha dado un voto claro por la continuidad del modelo (voto por el MNR, de Sánchez de Lozada y marginalmente por la ADN gobernante), e incluso en algunos análisis se ha dicho que gran parte de ese voto no tiene otro contenido que el de miedo al cambio. En contraste un 32 por ciento ha votado por opciones supuestamente de cambio (voto por el MAS, de Evo Morales; por el MIP de Felipe Quispe; por algunos candidatos minoritarios, y parcialmente también por la NFR, de Reyes Villa), mientras un 28 por ciento se ha negado a votar–¿actitud crítica? –y el 24 por ciento restante ha dado un voto que podemos llamar ingenuo o sentimental (voto por el MIR, de Paz Zamora; por la UCS, de Johnny Fernández; en parte por la ya mencionada NFR y por otros candidatos).
Estos resultados contrastan vehementemente con los de las cuatro elecciones anteriores y permiten afirmar que el argumento neoliberal ha perdido casi toda su fuerza y que la población está transitando progresivamente a posiciones contestatarias. Razones no le faltan, ya que prácticamente todas las promesas del modelo han quedado incumplidas, mientras la pobreza azota con más y más fuerza a las mayorías, y algunas repercusiones de la pobreza (sobre todo el incremento inusitado de la delincuencia y la violencia juvenil, pero también la creciente inseguridad del empleo) alarman a los sectores medios.
Por lo demás la historia muestra que en Bolivia (con más fuerza que en otros países) las etapas de transición–entre modelo y modelo–se caracterizan por ser particularmente tensas, conflictivas y también fecundas. Así fue en la transición del modelo “conservador” al “liberal” a fines del siglo XIX; así fue en el paso del modelo “liberal” al “nacionalista” a mediados del siglo XX; y así fue en la transición del modelo “nacionalista” al “neoliberal” en el último cuarto del siglo pasado. Golpes militares, elecciones invalidadas, nacimiento de nuevos movimientos sociales y de nuevos partidos, descomposición de las fuerzas armadas y policiales, represión y crisis, y movimientos insurreccionales son algunos de los componentes de estas etapas, que suelen resolverse de manera imprevista y a menudo violenta.
Es pues fundamental diagnosticar acertadamente si hemos ingresado a una etapa de transición, ya que para el movimiento popular no es lo mismo luchar contra un modelo sólidamente establecido (son luchas testimoniales, con cargo al futuro) que hacerlo en plena etapa de transición, donde es posible diseñar propuestas, abrir brechas nuevas y finalmente cambiar las cosas. Por supuesto implica también grandes riesgos y una responsabilidad mucho mayor para el mismo movimiento popular y para sus dirigentes.

El protagonismo inédito de los pueblos originarios
El otro mensaje que empieza a difundirse en la conciencia nacional es que ahora los pueblos originarios, por primera vez en la historia de Bolivia y de la América Latina, no sólo han ganado la suficiente confianza y seguridad como para asumir posiciones de liderazgo, sino que han logrado convencer a otros sectores sociales (citadinos, intelectuales, criollo-mestizos) de que ese liderazgo es posible. Jamás un candidato indígena había logrado superar el 2 % de los votos emitidos en una elección presidencial. Hace un mes Evo Morales, aymara y trabajador campesino, sin más formación académica que un 3º de Secundaria, ha quedado en segundo lugar y esta semana competirá en el Congreso Nacional por la presidencia de la República.
Tras quinientos años de tener profundamente interiorizada la convicción de que el país debe ser conducido por doctores, licenciados, ingenieros, empresarios, o por lo menos generales–que por cierto no hicieron otra cosa que conducir a Bolivia al triste lugar que ocupa en el concierto de las naciones–hoy una parte importante–y creciente–de la población cree que los pueblos indígenas y sus dirigentes pueden ser protagonistas centrales de esa conducción.
¿Por qué todo esto? Podríamos rastrear diferentes elementos en la historia remota y reciente, pero en cualquier hipótesis es claro que para este surgimiento de protagonismo indígena ha jugado un papel central –junto al renacimiento universal de las identidades locales–la moderna política internacional de los Estados Unidos, que en su permanente búsqueda de enemigos ha identificado a los campesinos como aliados potenciales del narcotráfico. El combate injustificado, sangriento y sin tregua contra los productores de coca ha convertido a éstos en símbolo de la intervención extranjera en Bolivia, y es por eso que sus luchas–siempre acompañadas de orgullosa reivindicación étnico-cultural–han ido adquiriendo el perfil de luchas por la soberanía nacional. Y como los productores de coca son colonizadores procedentes de diferentes lugares del área andina (de Cochabamba y de todo el país), su capacidad de irradiación hacia el conjunto del campesinado es notable.
Así se explica que la exitosa “marcha cocalera” de 1994 (que significó una derrota del gobierno de entonces, precisamente de Sánchez de Lozada) fuera derivando en la constitución de un “instrumento político” por la “soberanía de los pueblos”, que muy pronto echó raíces en todo el departamento de Cochabamba y que ya con la sigla formal de “Movimiento al Socialismo” (MAS) ha acabado irrumpiendo, sin pedir permiso, en el escenario político formal.

Perspectivas de futuro inmediato
El 4 de Agosto Sánchez de Lozada del MNR, con el apoyo del MIR (siempre dispuesto a disfrutar del poder) fue elegido presidente de Bolivia. Pero por todo lo dicho no podrá repetir el gobierno relativamente cómodo de su gestión anterior. Hoy no tiene ni la mayoría electoral de entonces, ni goza de la simpatía social de que entonces gozaba, ni tiene ya nada que inventar para abrir ventanas de esperanza. Por el contrario, fue su receta central, la de la capitalización de las empresas nacionales, que ha sumido al estado en la iliquidez y a la población en la desesperanza. El apoyo del MIR será meramente formal (mayoría en el Parlamento), y en cambio la solidez de la oposición le pondrá las cosas cuesta arriba. Decimos solidez por la claridad y definición de su programa político, pero sobre todo porque el MAS y el MIP más que partidos son la expresión política de movimientos sociales en emergencia, y si se lo proponen podrán llevar la polémica parlamentaria a las comunidades y a las barriadas, y por rebote podrán llevar la fuerza de los comunarios/as y de los vecinos/as al interior del Parlamento.
La primera piedra de toque será el tema de la venta del gas boliviano a Norteamérica (y eventualmente a Chile). En momentos en que el gobierno saliente–al igual que el entrante–tiene prácticamente tomada la decisión de exportar ingentes volúmenes de gas a precios de regalo, y de hacerlo a través de Chile (con poderosos intereses transnacionales de por medio), la falsa discusión de hacerlo a través de Chile o a través de Perú, que venía polarizando a la población, empieza a dejar paso a una posición mucho más radical, que es la de no regalar el gas sino utilizarlo para el desarrollo nacional para luego vender los excedentes (si hay buen precio). Tal es también la posición del MAS y de crecientes sectores sociales e instituciones. Ésta será la primera pulseta que nos mostrará la verdadera correlación de fuerzas y será un prenuncio de cómo puede acabar resolviéndose la transición.
Rafael Puente trabaja con el Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB). La pagina web de CEDIB esta disponible en el http://www.cedib.org/ .

 

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Cita recomendada:
Rafael Puente, “Bolivia: a la cola de la economía y a la cabeza de la insumisión,” Programa de las Américas (Silver City, NM: Interhemispheric Resource Center, 8 de agosto de 2002).
Ubicación
en Internet:
http://www.americaspolicy.org/commentary/2002/sp_0208bol-econ.html

 

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