El MAS vuelve renovado al poder en Bolivia

Las elecciones del domingo 17 de octubre en Bolivia arrojaron resultados que no esperaba nadie: las especulaciones y las encuestas, indicaban que que el exministro de economía de Evo Morales, Luis Arce, lograría el primer puesto pero sin alcanzar una diferencia sufienciente como para vencer en primera vuelta. Sin embargo, el contundente 54% despejó las dudas: el Movimiento al Socialismo (MAS) volverá renovado al poder y lo hará con mayorías parlamentarias.

En segundo lugar, con el 29%, según datos oficiales reportados hasta ahora, quedó un desdibujado Carlos Mesa quien declaró unas horas después de los primeros números: “El resultado del conteo rápido es muy contundente y muy claro. Es un resultado que consideramos que no va a modificarse cuando conozcamos los resultados oficiales”, afirmó el dirigente de Comunidad Ciudadana. Algo similar, un par de horas antes, había hecho la presidenta de facto, Jeanine Áñez.

En tercer puesto, con el 14% de los votos, quedó el derechista Luis Fernando “El Macho” Camacho, el ala más dura del golpe del año pasado y ex presidente del Comité Cívico de Santa Cruz. La participación en las elecciones fue del 88%, aún más alta que la de la elección de 2005 en la que con el 53% de los votos Evo Morales ganó por primera vez.

El triunfo del binomio Luis Arce–David Choquehuanca evidenció, por un lado, una gran capacidad de renovación dentro del campo popular. Por el otro, que ni con un golpe de estado el bloque conservador logró construir un espacio sólido que fuera capaz de bloquear el retorno del MAS al poder. Los resultados muestran que no solo no hubo “voto útil” antimasista, sino que ni unidos hubieran podido forzar una segunda vuelta.

Distribución del voto

Áñez lleva casi un año en el poder y, hasta pocas semanas antes de las elecciones manifestaba su vocación de ser una presidenta democrática. Sin embargo, tras la publicación de una encuesta de mediados de septiembre que la posicionaba en cuarto lugar, decidió bajar su candidatura. Algo similar hizo poco después el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga. La intención de ambos era unificar al bloque conservador detrás de una única candidatura que pudiera evitar el retorno del MAS.

Para ganar en Bolivia es necesario obtener más del 50% de los votos o más de 40 y 10 puntos de diferencia con el segundo. Mesa, un intelectual moderado sin partido pero con cierta base social en La Paz, perfilaba como el más idóneo para la tarea, dado que había tenido relativo éxito contra el oficialismo en las últimas elecciones. Aquella vez Morales ganó, pero la oposición denunció fraude. El autodenominado “movimiento de las pipitas” contó con el apoyo de la OEA liderada por el uruguayo Luis Almagro, sectores medios movilizados en las grandes urbes, la policía amotinada, unos militares que “sugierieron” la renuncia del presidente y un activismo intenso y violento en el oriente del país.

La nueva estrella que emergió de ese proceso fue Camacho, quien apareció en todos los canales del mundo entrando con una biblia gigante al Palacio Quemado mientras Evo Morales se veia forzado a partir al exilio.

La histórica fractura regional en Bolivia vuelve ahora a ser una amenaza que sobrevolará la Bolivia que se viene. Camacho rechazó la idea de bajar su candidatura en pos de la unidad y en nombre de las elites de Santa Cruz de la Sierra que rechazaban la idea de volver a ceder poder a La Paz.

Si Mesa es una figura que tras esta elección pierde brillo, una lectura posible es que Camacho ahora haya consolidado un poder regional que, nuevamente, desde Oriente buscará irradiarse al resto del país. El 45% que obtuvo Camacho en Santa Cruz podría ser un argumento que justifique la construcción de una oposición dura apoyada en una minoría intensa.  Mesa, por su parte, venció en Tarija y en Beni.

El futuro gobierno

El MAS venció en Oruro, Pando, Potosí, Cochabamaba y se hizo muy fuerte en su bastión, La Paz, donde obtuvo el 68 por ciento. A su vez, logró el segundo lugar con un considerable 35% en Santa Cruz. “El voto útil del mundo rural y urbano popular periférico fue, sin duda, a Arce, y eso definió su ventaja final”, analiza Pablo Stefanoni.

La solidez del triunfo del MAS abre interrogantes varios. Por un lado, el reto de administrar un país que atraviesa con particular crudeza el COVID-19 producto de un pésima gestión de la administración Áñez en términos sanitarios y los impactos que la pandemia trajo a la economía. En paralelo, deberá lidiar con una economía que ya no goza de la bonanza de los 14 años de gobierno de Morales, cuyos resultados eran conocidos como “el milagro boliviano”. Tal hazaña era, técnicamente, mérito del ahora presidente Arce.

Resta por ver cuál será el rol de Morales en el futuro. Todavía en el exilio en Buenos Aires, no se sabe cuándo, pero se da por descontado que volverá al país. Hasta ahora fue el jefe de campaña desde Argentina y para estas elecciones su candidatura como senador por Cochababa fue proscripta con el argumento de que, justamente, no estaba en Bolivia.

El triunfo de Arce–Choquehuanca mostró en el MAS una capacidad de renovación que hace un año parecía impensable. De hecho, el futuro vicepresidente y ex canciller Choquehuanca, representante de los sectores aymaras del altiplano, tuvo roces con Morales en su momento por el debate en torno a la alternancia.

Según Stefanoni, el MAS actuó con una “autonomía relativa” mientras Evo Morales estaba exiliado en Buenos Aires y limitado en sus movimientos. Así, los legisladores fueron moderados respecto de los llamados a la resistencia que se oían desde Argentina. “Lo cierto es que no había un pedido masivo de que Evo vuelva; lo que existía era más bien un rechazo a actos agraviantes del nuevo gobierno, como los conatos de quemas de wiphalas en las protestas anti-MAS y otros episodios considerados racistas, como las continuas referencias a las hordas del MAS y las columnas en la prensa sobre el enemigo público número uno o el cáncer de Bolivia”, escribió el académico.

Un nuevo MAS asumirá el poder hasta 2025 con mayorías en el Congreso. Los hechos mostraron una derecha ineficaz, que gestionó mal y que no logró desplazarlo del poder de un modo sostenido. Con ciertos toques de heterodoxia, el partido logró una renovación virtuosa.

Pero no solo se ha renovado el MAS, la pregunta es si con Camacho surge un nuevo tipo de liderazgo duro y sin voluntad de negociación. Esto agrietaría las histórica fracturas tanto étnicas como regionales que, tras el golpe cívico prefectural de 2009 que sufrió Morales, se sanaron con dinero: en los últimos años Morales ganaba en todo en todas las regiones con un acuerdo tácito en el que las viejas elites cedían el poder político a cambio de mantener su estructura de negocios en un país que crecía economicamente a ritmo sostenido.

A partir de ahora, se abren nuevos interrogantes. La tarea de Arce-Choquehuanca será la de crear un modelo propio capaz de conducir al conjunto de la sociedad boliviana. En este contexto, ¿cómo será la relación del MAS gobernante con Evo Morales? ¿Logrará Camacho -es decir, las elites cruceñas- constituirse como el líder detrás del cual hegemonizar el “antimasismo” o el planteo seguirá siendo el de una estricta expresión regional radicalizada? Estas preguntas encontrarán una primera respuesta, seguramente pragmática, en el mapa de correlaciones de fuerzas que se dibuje en el próximo Congreso.

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