Descifrar el Lenguaje de la Globalizaci

La reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Hong Kong ilustra ampliamente lo difícil que es arribar a un consenso relativo a las regulaciones del libre comercio. El hecho de que ninguno de los actores principales haya estado dispuesto a moverse es sólo uno de los problemas.

Sin embargo, lo que es más y más evidente es que la OMC, y de hecho todo el concepto de la globalización de libre comercio, tiene un problema de comunicación. La mayoría de los textos que se negocian son ininteligibles para el público no familiarizado, es decir, para cualquier persona normal.

El glosario especializado de la OMC crece día por día. Eso puede estar bien para los negociadores del gobierno que ven en los acrónimos, las siglas o las frases cifradas una especie de taquigrafía para información interna. Pero no obstante, debería ser un motivo de preocupación para los grupos ciudadanos.

Para que el debate en torno al comercio sea algo relevante, debe ser entendible. Pero buscar entendimiento no es únicamente un asunto de un escrutinio o un estudio más cercanos, ni siquiera un problema de interpretación: el lenguaje de la globalización debe primero ser descifrado y desmitificado.

Por más de diez años, la liberalización del comercio se ha presentado como el único sendero al desarrollo y el objetivo de todas las naciones civilizadas. Su terminología se volvió el lenguaje aceptado de la economía y sus conceptos formaron la columna vertebral para estructurar a sociedades completas.

Hoy, el consenso se ha roto tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo. Pero neciamente subsisten los términos y por tanto constituyen un obstáculo para diseñar nuevos modelos, manejables, de reglas de comercio internacional, y para proponer alternativas al arcano y disfuncional sistema de libre comercio.

Un ejemplo obvio es la creciente discusión de los mecanismos de control de la oferta. Con la globalización, la espiral descendente de los precios de productos primarios agrícolas ha arruinado las vidas de millones de agricultores de pequeña escala. No es sorprendente, dada la magnitud de la tragedia humana asociada con esta tendencia, que emerjan de nuevo como alternativas viables las propuestas de regular la oferta para garantizar que los precios no caigan por debajo de los precios de producción.

Pero en vez de presentar este concepto en términos positivos, las medidas para controlar la oferta, y por ende el precio piso, de los bienes se describe como algo que

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