Represión en Haití: La responsabilidad de la izquierda

Dos días antes de la Nochebuena, el 22 de diciembre a las tres de la madrugada, 400 soldados bajo el mando de oficiales brasileños asaltaron con blindados Cité Soleil, barrio de Puerto Príncipe, apoyados por helicópteros que disparaban sobre la atemorizada población que se refugiaba en sus precarias viviendas. La excusa fue combatir “las bandas criminales” que operan en el barrio, pero la intervención de los soldados de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH o cascos azules) dejó entre 30 y 70 muertos según las diversas fuentes. Mujeres y niños fueron muertos en sus casas mientras dormían. La Agencia Haitiana de Noticias aseguró que las víctimas eran inocentes y el coordinador de la Cruz Roja, Pierre Alexis, dijo que los soldados de la ONU impidieron la entrada de sus vehículos para asistir a niños heridos1.

Cité Soleil es un inmenso barrio de viviendas informales donde se hacinan 500 mil personas, en medio de enormes charcos de agua sucia y de excrementos humanos y animales. El activista de derechos humanos Pierre-Antonine Lovinski sostiene que “todos los días en Cité Soleil los soldados asesinan pobres a causa de nada” y considera que en Haití se está perpetrando una represión que define como "una guerra contra los pobres"2. El profesor de economía de la Universidad de Haití, Camile Chalmers, va más lejos y asegura que desde el punto de vista de la seguridad “estamos peor que antes de la intervención militar”3. La tragedia haitiana viene de muy lejos, pero el último capítulo comenzó a escribirse en febrero de 2004, cuando Estados Unidos, Canadá y Francia contribuyeron a la caída del presidente legítimo, Jean Bertrand Aristide, en lo que puede considerarse un golpe de Estado que constituye una flagrante violación de la Carta Democrática de la OEA (Organización de Estados Americanos).

Tropas latinoamericanas

El contingente militar de la ONU comandado por Brasil, fue desplegado en junio de 2004, cuatro meses después del golpe de Estado que derrocó a Aristide. Ciertamente no era la primera intervención de la ONU en la isla. En 1994 el Consejo de Seguridad autorizó el despliegue de una fuerza multinacional de 20 mil soldados (la MINUHA) para facilitar el retorno de Aristide que fue derrocado, por primera vez, en 1990. Había sido elegido presidente ese mismo año con el 67% de los votos en las primeras elecciones democráticas que se celebraron en la isla. Sin embargo, en esta ocasión la diferencia en cuanto a la intervención militar la establece la fuerte implicancia de la izquierda latinoamericana, cuyas tropas son decisivas tanto entre las fuerzas de ocupación como en la dirección de las mismas.

Soldados de la MINUSTAH en Cite Soleil.

En febrero de 2001 se celebraron nuevas elecciones presidenciales que fueron boicoteadas por la oposición. Aristide venció con gran diferencia pero la participación fue muy baja oscilando entre el 20-30% de los habilitados. El nuevo gobierno nunca gozó de estabilidad: la sociedad civil movilizada exigió su renuncia por su deriva autoritaria, la oposición y grupos armados intentaron desestabilizarlo, hasta que en febrero de 2004 se expandió un movimiento armado desde la ciudad de Gonaives que pronto amenazó extenderse a todo el país. En esa especial coyuntura, Estados Unidos con el apoyo de Canadá y Francia forzaron la salida de Aristide del país (los marines lo “llevaron” al aeropuerto).

En marzo el secretario general de la ONU, Kofi Annan, recomienda la creación de una fuerza multinacional de estabilización. El 30 de abril el Consejo de Seguridad adoptó la resolución 1542 que creó la MINUSTAH. En esa fecha comenzó el despliegue del contingente brasileño en Puerto Príncipe (1.200 efectivos, el más numeroso), mientras las fuerzas de Canadá, Francia y Estados Unidos en la isla se integraron a la Misión comandada en adelante por Brasil. Poco después Argentina decidió desplegar más de 500 efectivos, Chile hizo lo mismo y Uruguay fue aumentando su presencia hasta contar con 750 militares en la isla. Los países del Mercosur aportan más del 40% del total de efectivos de la MINUSTAH.

Desde el momento en que llegaron las fuerzas armadas de los países con gobiernos progresistas y de izquierda, se registraron por lo menos tres masacres en Cité Soleil. La primera fue el 6 de julio de 2005, cuando tropas brasileñas y policías haitianos dispararon sobre la población causando 23 muertos, aunque otros reportes elevan la cifra a 26. Semanas después, dos activistas estadounidenses vinculados al Haiti Action Comitee (David Welsh de Berkeley y Ben Terrell de San Francisco) comprobaron en Cité Soleil la forma como operan los soldados de la MINUSTAH. “Disparaban hacia la calle y hacia el interior de la casas”, asegura Welsh. “Dicen que la población de los vecindarios dispara primero. Eso no es lo que vimos y no es lo que aquí se nos dijo. Las llamadas ‘fuerzas de paz’ de la ONU están desempeñando un papel muy destructivo”, apunta Terrell4.

La segunda masacre, como se dijo arriba, se produjo el 22 de enero de 2006. La tercera fue el 25 de diciembre de 2007, cuando tropas brasileñas apoyadas por efectivos bolivianos, uruguayos y chilenos realizaron una operación en Cité Soleil con un saldo de cinco muertos. En los tres casos no hubo heridos de la MINUSTAH, pero se registraron muertos haitianos que las fuerzas de ocupación consideran siempre “bandidos”. Se trata de un patrón de acción contra la población pobre de un barrio donde el partido Lavalas, que sostiene a Aristide, tiene gran apoyo entre la población. A comienzos de 2006 el diario Folha de Sao Paulo entrevistó a soldados brasileños que estuvieron en Haití entre diciembre de 2004 y junio de 2005. Los testimonios hablan solos. “El nombre Misión de Paz es para tranquilizar a la gente. En verdad no hay un día en el que las tropas no maten a un haitiano en un tiroteo. Yo mismo maté al menos dos”, reconoce un soldado que muestra fotografías de cadáveres arrojados a las calles de Cité Soleil devorados por los perros5.

Preguntas sencillas, respuestas difíciles

Hasta aquí un brevísimo relato de hechos graves que confirman que los cascos azules de la ONU violan los derechos humanos y matan personas inocentes en Haití. A partir de estas constataciones se imponen algunas preguntas. ¿Por qué los gobiernos latinoamericanos progresistas y de izquierda envían soldados a Haití? ¿Por qué la población de esos países no reacciona contra la represión que “sus” soldados están perpetrando? Responder estas preguntas supone abordar tres aspectos: la geopolítica militar regional impulsada por Brasil, el papel de las izquierdas allí donde están en el gobierno y, finalmente, la relación entre la política exterior y la interna.

En alianza con buena parte de los países de la región Brasil viene impulsando la creación de fuerzas armadas sudamericanas, un proyecto que ha sido bautizado como la “OTAN sudamericana”. El coronel brasileño Oliva Neto—responsable de la planeación estratégica de la presidencia—reveló en noviembre pasado que la cooperación militar sudamericana forma parte de uno de los proyectos del Sistema de Defensa Nacional para “impedir una aventura militar o la presión de algún país sobre la región o sobre una nación sudamericana”6. Se trata de la defensa de los recursos naturales de la región y muy en concreto de la Amazonia, tarea prioritaria para las fuerzas armadas de ese país. Oliva Neto recuerda que el continente cuenta con “un nivel respetable de petróleo, la mayor reserva de agua del planeta y una rica biodiversidad”, lo que hace necesario poner en primer plano que ya, en su opinión, “existe una tendencia a mediano plazo de riesgo de presión internacional sobre América del Sur, a través del área militar”. Argumentó que cuando se agudice la falta de energía, agua y materias primas, y “fuera de América del Sur comiencen a generar estrés internacional, otros países podrían voltear los ojos hacia nuestra región”.

Se considera que la misión militar de la ONU en Haití puede ser un anticipo de lo que será la fuerza militar sudamericana. O, en todo caso, un banco de pruebas tanto para la dirección de tropas internacionales como para la coordinación de los contingentes regionales. El éxito de la Misión sería una baza fuerte a jugar por Brasil a la hora de la creación de unas fuerzas armadas sudamericanas que, en los hechos, vendrían a completar la unidad político-económico que se pretende construir con la Comunidad Sudamericana de Naciones. En paralelo, se argumenta que el despliegue de la Misión sería una forma de poner límites al hegemonismo estadounidense en América Latina y buscar una proyección internacional que legitime sus aspiraciones de ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La segunda cuestión tiene que ver con el papel de las izquierdas del continente. En muy poco tiempo cambiaron de opinión. Veamos apenas un ejemplo, el de Uruguay. En julio de 2004, cuando el Senado uruguayo debía decidir el envío de tropas a la isla, el entonces senador y actual canciller, Reinaldo Gargano, fue tajante al oponerse el envío de tropas defendido por el presidente Jorge Batlle: “Las fuerzas de paz van a convalidar a un usurpador del poder y se enfrentarán a situaciones peligrosas”. El senador Eleuterio Fernández Huidobr, fue más lejos al comparar la situación en Haití con la de Irak. “Estados Unidos lanza la guerra y después llama a la ONU para que arregle las cosas. En Haití es lo mismo, Estados Unidos fomenta el derrocamiento de Aristide y ahora pretende que otros resuelvan el entuerto”, dijo cuando era opositor7. Apenas un año después, la izquierda uruguaya en el gobierno decidió apoyar la Misión en Haití y aumentar los efectivos en la isla. Sólo un diputado, el veterano socialista Guillermo Chifflet, tuvo el coraje de renunciar a su banca antes que convalidar con su voto un viraje humillante.

Lo sucedido en Uruguay es casi un calco de lo que pasó en otros países. No existió debate serio y profundo y las izquierdas y los progresistas se limitaron a ofrecer hechos consumados aún sabiendo que en poco tiempo habían cambiado radicalmente de posición, sólo por el hecho de estar en el gobierno.

La ocupación en cifras

  • Comienzo de la Misión: junio de 2004.
  • Efectivos militares de la MINUSTAH en Haití: 6.681 soldados y 102 oficiales. Total: 6.783.
  • Personal civil: Internacional 433, Local 1.263, Voluntarios de la ONU 193. Total: 1.859
  • Países latinoamericanos que aportan tropas: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Guatemala, Paraguay, Perú y Uruguay.
  • Bajas: 15 soldados muertos y 38 heridos.
  • Costo de la misión: 490 millones de dólares (julio 2006-junio 2007).
  • La MINUSTAH es comandada por el general Carlos Alberto dos Santos Cruz (Brasil).
  • La tercera cuestión es algo más compleja. A mediados de febrero de 2007 las agencias difundieron una foto de un soldado afroamericano amenazante apuntando su fusil a la cabeza de una mujer, también afroamericana, que protestaba contra la acción militar. Podía ser un soldado brasileño en Cité Soleil o en cualquier lugar de Haití. Pero no. Era una operación militar en las favelas de Rio de Janeiro con la excusa de combatir a los “bandidos”. Las piezas sueltas empiezan a cobrar sentido. El analista Juan Gabriel Tokatlián de la Universidad de San Andrés, se hace la misma pregunta sobre la Misión de los gobiernos progresistas en Haití: “¿Es un ensayo previo a lo que podría ocurrir con la participación de las fuerzas armadas en el combate contra el narcotráfico en las favelas de Rio de Janeiro?”8.

    Parece obligado establecer un vínculo entre ambos hechos. El hilo que los une es la guerra contra los pobres, camuflada como combate al narcotráfico y a los bandidos y en defensa de la democracia. Lejos de ser una misión humanitaria, la presencia de los cascos azules en Haití es un hecho político con objetivos políticos. Que no son otros que impedir la expresión independiente de los haitianos, sobre todos los pobres de barrios como Cité Soleil que apoyan al movimiento Lavalas de Aristide. La masacre del 6 de julio de 2005 fue considerada por el Proyecto de Información de Haití (HIP, por sus silgas en inglés) como “un ataque preventivo de la ONU y de las elites opulentas de Haití para sofocar el impacto de las protestas que estaban programadas para el día del aniversario de Aristide, que tendría lugar nueve días después en el 15 de julio”. La segunda masacre respondió a un patrón similar. “El 16 de diciembre pasado vimos otra gran manifestación de apoyo a Aristide que comenzó en Cité Soleil, y seis días más tarde la ONU llevaría a cabo un asalto mortífero que los residentes y grupos de defensa de los derechos humanos dicen que ha ocasionado una gran matanza de víctimas inocentes”9.

    Modificar el mapa político

    Datos sobre Haití

  • Capital: Puerto Príncipe
  • Esperanza de vida: 53 años
  • Mortalidad menores de 5 años: 125 por 1.000
  • Hijos por mujer: 4,2
  • Alfabetismo: 49%
  • 8 médicos cada 100 mil personas
  • Desocupación: 80%
  • El 65% de la población urbana y el 80% de la rural vive con menos de un dólar por día.
  • Población: 9 millones. 73% en la extrema pobreza: sin saneamiento, la mitad de la población sin agua potable y difícil acceso a la electricidad. Dos tercios no acceden a un plato de comida diario. 1% de la población, de origen europeo, es propietaria de la mitad de los bienes del país.
  • El director del Instituto para la Justicia y la Democracia en Haití, Brian Concannon, señala que “es difícil no advertir una relación entre las grandes manifestaciones ocurridas en Cité Soleil y los barrios que la ONU ha seleccionado para realizar extensas operaciones militares”10. El castigo de las tropas de la ONU va más lejos. Los helicópteros destruyeron los tanques de agua y la población debe caminar kilómetros para llenar un balde. Según el HIP, la MINUSTAH tiene camiones cisterna pero entrega el agua a especuladores privados que la revenden a la población pobre que no tiene con qué comprarla. Así y todo, el pasado 7 de febrero más de 100 mil personas se manifestaron en todo Haití reclamando el fin de la MINUSTAH y el retorno de Aristide11. Todo indica que la ONU decidió hacer uso de la fuerza militar para modificar el mapa político, sin conseguirlo pero agravando la situación de inestabilidad.

    Si el carnaval fuera un termómetro para medir la opinión de la población, todo indica que la inmensa mayoría de los haitianos repudia a los cascos azules de la ONU. El blanco más popular es precisamente la MINUSTAH y los burócratas de la ONU. No es para menos. El premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, denunció en 2005 desde Puerto Príncipe que el primer año de la ocupación de los cascos azules se produjeron 1.500 muertos, a razón de 20 por día. Diversos testimonios acusan a las fuerzas armadas de Brasil de violación de los derechos humanos. La coordinadora latinoamericana de Serpaj (Servicio de Paz y Justicia) Ana Juanche, señala: “La MINUSTAH estaba para consolidar los procesos de pacificación, pero está formando a la policía, entrenándola y acompañándola en la resolución de casos de violencia, reprimiendo manifestaciones, sacando muertos de los barrios. Yo vi la petulancia con la que se despliega y circula la MINUSTAH por la calles, corriendo a la gente, desviando el tránsito por el solo hecho de que ellos pasan”12. Pero es la lectura de los porqués lo que más interesa. “La presencia de la ONU es una nueva humillación, una nueva oportunidad que se les niega a los haitianos de determinar su propio destino. Hay un gran porcentaje de la población que sostiene que era el pueblo quien estaba reivindicando la salida de Aristide, que había perdido gran parte de su popularidad por las serias violaciones a los derechos humanos que patrocinaba. Eran los haitianos que buscaban una salida y, cuando Aristide estaba a punto de caer, viene Estados Unidos y se lo lleva. Ese sector cree que se les negó el protagonismo como actor político y conciben a la MINUSTAH como una nueva negación del derecho de autodeterminación”, sostiene Juanche.

    En los barrios de Puerto Príncipe, como en las favelas de Río de Janeiro y San Pablo, en las barriadas de Bogotá y Medellín, se está jugando una guerra contra los pobres que no tiene la menor intención de superar la pobreza sino de impedir que se organicen y resistan. El urbanista Mike Davis, que ha estudiado en detalle los cambios urbanos en las ciudades de Estados Unidos, sostiene que el fenómeno de las periferias urbanas “ha despertado también el interés de los analistas militares del Pentágono, que consideran estas periferias laberínticas uno de los grandes retos que deparará el futuro a las tecnologías bélicas y a los proyectos imperiales”13. En esas periferias, sigue Davis, “en la última década los pobres se han estado organizando a gran escala, ya sea en una ciudad iraquí como Sader City o en Buenos Aires”. Si el Pentágono está ahora obsesionado con la arquitectura y el planeamiento urbano es porque tiene la amarga experiencia de que en esas periferias la superioridad militar no es nada. En la guerra contra los pobres urbanos, es donde las estrategias de George W. Bush y de algunos gobiernos progresistas de Sudamérica se dan la mano.

    Notas

    1. Guillermo Chifflet, “Guerra contra los pobres”.
    2. Idem.
    3. Radio Mundo Real.
    4. Judith Scherr, “Horror en clave ONU”, publicado en Znet.
    5. Guillermo Chifflet, ob. cit.
    6. Raúl Zibechi, “Hacia las fuerzas armadas sudamericanas”.
    7. Brecha, 4 de julio de 2004.
    8. Juan Gabriel Tokatlián, “El desacierto de enviar tropas a Haití”.
    9. Kevin Pina, www.haitiaction.net
    10. José Luis Vivas, www.rebelion.org
    11. Prensa Latina, 11 de febrero.
    12. Carolina Porley, “Un callejón sin aparente salida”.
    13. Mike Davis, ob. cit.

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