¿Quienes somos? ¡Las madres centroamericanas! ¿Quienes Buscamos? ¡Nuestros hijos! ¿Por qué los buscamos? ¡Porque los amamos!

¿Qué queremos? ¡JUSTICIA!

La gente se toma de las manos y forma un círculo en la iglesia de Marín, Nuevo León. La Caravana de Madres Centroamericanas de Migrantes Desaparecidos ha llegado a este pueblo norteño justo por lo que está a punto de pasar, la razón de su existencia—un reencuentro entre madre e hijo, separados por la migración y reunidos por la caravana. Lilian Alvarado de Romero vio partir a sus dos hijos, Dalinda de nuevo años y Salvador de siete, hace 31 años, para ponerlos a salvo durante el conflicto armado en El Salvador que ya había cobrado la vida de varios familiares. Desde entonces no sabía su suerte.

Al verse, gritan “¡mamá!”, se abrazan, lloran y lloramos todos. La abuela conoce a sus nietos por primera vez. El círculo roto se completa. La caravana deja a la familia por fin juntos y ansiosos por rellenar las décadas de vivencias que faltan por contarse, y sigue su camino.

En su decimoquinto año, la Caravana logró seis reencuentros como el de Lilian. Un hijo que salió de Honduras de adolescente para buscar un mejor futuro y perdió el contacto con su madre por más de tres décadas, un padre indígena de Guatemala que encuentra a su hija en un penal de Reynosa, encarcelada 6 años sin sentencia por un crimen que no cometió, una madre que encuentra a su hijo en Coatzacoalcos y una hermana que se reúne con su hermana en Tuxtla Gutiérrez. En total, son 315 reencuentros en los 15 años.

Pasó por 14 estados, llevando 38 familiares, un pequeño equipo del Movimiento Migrante Mesoamericano, seis activistas de caravanas de migrantes en España e Italia—aliados naturales del movimiento que ahora es global–y miembros de la prensa. El recorrido de las madres siempre sigue las rutas migratorias que toman las personas migrantes en México, se hospedan en los albergues que reciben a sus hijas e hijos, trazan las vías del tren que es la arteria de los flujos migratorios, y conversan con esta amplia red del México profundo que se atreve a apoyar a la migración centroamericana cada vez más criminalizada, perseguida y vulnerable. E imparable.

Algunos buscan hijos que salieron hace muchos lustres y otras hace poco. Del conflicto armado y las guerras civiles, los países centroamericanos han pasado a la violencia estructural y las crisis políticas. No hay tregua. Ninguna ley ni muro ni fuerzas armadas desplegadas en su contra puede detener a la gente que huye de la muerte y la falta de futuro.

Entre las madres, también hay padres, hermanos y hermanas e hijos. La Caravana no discrimina, pero su nombre es más que simbólica. El hecho es que la mayoría de familiares que buscan y siguen buscando con el paso de los años y las décadas son las madres. Si les dices que tienen que seguir con su vida–y es un consejo no solicitado que escuchan a menudo– contestan que buscarlos es su vida. La falta de una hija o un hijo no es algo que queda en el pasado o que se supera nunca.

Hay también otra razón que explica el compromiso inquebrantable de las madres—la transformación personal y social que se logra en la lucha. Cada una es ya una vocera elocuente para su causa y una dirigente comunitaria. Han formado colectivos en sus países—Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua—que trabajan para seguir con la búsqueda y presionar a los gobiernos. Siendo mujeres, su empoderamiento es doblemente desafiante a un sistema capitalista global que dicta que la gente pobre, excluida y además mujer tiene un lugar por debajo de los demás y no debe moverse de allí.

Las madres han aprendido hablar en público sin miedo y sin tapujos, y entender complejos entramados gubernamentales diseñados para simular y obstaculizar. Redactan demandas, inventan consignas, hacen relaciones públicas en las plazas donde tienden las fotos de sus hijos desaparecidos. Conocen sus derechos y los exigen. En los albergues y centros que visita la Caravana en su búsqueda, se repite con variaciones la misma frase: ‘Ustedes son las defensoras de la vida frente a un sistema de muerte.’

El poder más importante para estas madres es el poder encontrar a sus hijos. Y creen profundamente en este poder—si no, no estarían aquí. Han aprendido que este es un poder colectivo, que hay que organizarse para poder buscar y para poder enfrentar los poderes que tienen en contra—del poder sin piedad del crimen organizado que ve en los y las migrantes un botín de guerra; del poder de los estados que con sus políticas anti-migrantes creen un mercado negro de seres humanos y extorsión, golpean y separan familias en nombre de la ley; el poder patriarcal que ve en los cuerpos de las mujeres migrantes otra propiedad más para su beneficio. Son muchos los poderes que tienen en contra, pero también muchos los poderes que tienen adentro y a su lado.

Las familias de desaparecidos mexicanos que pronto lanzarán su propia búsqueda nacional tienen un lema: “Buscándolos nos encontramos”. Se aplica a la Caravana de Madres. Además de las amistades que se hacen, que este año en particular forjaron la unidad y fueron fuente de amor y alegría, se encuentra con otro mundo posible, como dice la fundadora Marta Sánchez, un mundo de solidaridad y hermandad que hace creer en el futuro a pesar del dolor del presente, un dolor que nadie conoce tan de cerca como una madre que busca a su hijo.

Fotos: Felix Meléndez

 

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