Elecciones mexicanas: Oaxaca y la territorialidad en juego – Por Luis A. Gómez, Raquel Gutiérrez Aguilar y Cesol-Oaxaca

Los comicios del pasado domingo 4 de julio en 14 estados de México pueden ser leídos como una disputa general por el territorio mexicano entre diversos grupos de poder, inclusive los cárteles del narcotráfico. Y en el caso de Oaxaca, además, como un ejercicio de ciudadanía de una población agredida, derrotada en sus movilizaciones en 2006, que recurrió al voto como una muestra de rechazo a Ulises Ruiz y al grupo político que representa.

Por el peso que tienen para el control territorial, político y económico, las 12 gubernaturas en juego han sido el eje central de la pelea y de la cobertura mediática. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) triunfó aparentemente en nueve de ellas, ratificando su control sobre algunos estados (en Tamaulipas gobierna hace más de 60 años) y recuperando otros (Zacatecas y Aguascalientes). El partido oficial, el Partido Acción Nacional (PAN), aliado en varios estados mexicanos a la izquierda representada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y a otros partidos de menor peso, obtuvo gracias a esta alianza las victorias en Sinaloa, Puebla y Oaxaca.

De las elecciones para gobernador, impugnadas o no (como en Hidalgo y tal vez en Durango y Veracruz), el caso más turbio parece ser Quintana Roo. En ese estado el apresamiento del candidato original del PRD, el ex alcalde de Cancún Greg Sánchez —un pastor evangélico acusado de narcotráfico y de nexos con la trata y desaparición de personas— parece haber modificado el escenario. Aunque es imposible cuantificar dicho cambio, el candidato del PRI venció la elección con más votos que sus dos oponentes más cercanos juntos. Extraño, en todo caso, es que durante la jornada electoral del domingo, y hasta bien avanzado el lunes, fue casi nula la cobertura de los grandes medios al comicio en Quintana Roo. El estado insignia del turismo mexicano, con la mayor tasa de crecimiento poblacional del país y uno de los ingresos per cápita más altos, no existió para la “contienda democrática”.

Finalmente, en los dos estados en los que la disputa electoral era por municipios, la pelea no fue menor, aunque ha sido menos representada. En el caso de Chiapas, de los 118 municipios que eligieron alcalde, 62 parecen haber elegido a la alianza PAN-PRD como ganadora.

En Baja California, en un giro importante, el PRI no solamente retuvo alcaldías sino que ganó cuatro municipios importantísimos (por su dimensión política y económica) hasta ahora en manos de alcaldes panistas: Tijuana, Tecate, Ensenada y Mexicali, la capital del estado. El gobernador bajacaliforniano, el panista José Guadalupe Osuna Millán, vivirá los últimos tres años de su mandanto trabajando entre alcaldes priístas y un congreso en el que 13 de los 16 diputados son también del PRI.

Por el otro extremo, el abstencionismo en general es alto. Según cifras oficiales, se puede decir que (casi) la mitad de los electores en cada estado no fueron a las urnas. En los estados del norte el índice de participación es aún menor, como Tamaulipas (39,8%) y Chihuaha (35,98%), y la primera explicación viene de la violencia extendida en esas regiones gracias a la guerra declarada por Felipe Calderón al narco.

En Tijuana el porcentaje de “participación ciudadana” es menor al 31 por ciento. Pero no podemos dejar de pensar en el evidente desgaste que el sistema político mexicano viene sufriendo desde hace tiempo: si menos del 40 por ciento de los votantes decide el destino de un país, de un estado, de una población cualquiera, la representatividad y legitimidad de la clase política son muy pobres.

 

Ahora, ¿quién ganó o se beneficia con estos resultados? Es difícil de explicar, aunque por los titulares de los periódicos mexicanos de mayor circulación el lunes 5 de julio, la noticia de este llamado “super domingo” en realidad es la derrota o el triunfo avasallante del Partido Revolucionario Institucional.

En general, analistas y periodistas coincidieron en afirmar que se trata de un ensayo para las elecciones del año próximo y, sobre todo, para las elecciones federales de 2012. Tal vez sí, pero enfocar un hecho concreto de la clase política desde una perspectiva “a futuro” enmascara sin dudas buena parte de lo ocurrido.

La alianza “antinatura” avanza

 

Cuando en septiembre de 2009 Jesús Ortega, presidente del Partido de la Revolución Democrática, anunció la posibilidad de concurrir a diversas elecciones en alianza con el Partido Acción Nacional, muchos comentaristas (Ricardo Alemán es un ejemplo) calificaron ese posible pacto entre izquierda y derecha partidarias como una aberración. En el PRI, que preveía una amenaza, llegaron a burlarse de ella.

Pero la presentación de la coalición de los dos partidos en Oaxaca, el 11 de febrero pasado, fue el inicio de una operación política a varias bandas que, como anunciaron el 5 de julio por la tarde los dirigentes y diputados Carlos Alberto Pérez Cuevas (PAN) y Guadalupe Acosta Naranjo (PRD), podría tener un punto de clímax en 2011 cuando se elija al sucesor de Enrique Peña Nieto en el gobierno del Estado de México. Y más, como ya anunciaron personeros de ambos partidos: pueden forjar hasta cinco alianzas el año que viene, aunque descarten por ahora unirse para la elección presidencial.

En todo caso, es evidente que César Nava, presidente del PAN, puede ufanarse de los buenos resultados que dio la estrategia en general, pese a los cuestionamientos surgidos dentro del gabinete de Felipe Calderón y al silencio manifiesto del señor presidente. El avance del PRI en la retoma del Estado, que en 2009 le permitió controlar de nuevo el Poder Legislativo, parece detenido al menos por ahora. La coalición entre PAN y PRD participó en seis de las 12 elecciones para gobernadores el 4 de julio, ganando tres: un buen promedio para comenzar.

Para Jesús Ortega, presidente del PRD, el resultado es una bocanada de oxígeno, no solamente para su partido (que, por ejemplo, en el municipio de Mexicali tuvo menos votantes que el número de sufragios anulados). La corriente política perredista de Ortega, conocida como Los Chuchos, ha fortalecido su posición antagónica ante Andrés Manuel López Obrador, candidato y caudillo de buena parte de la izquierda electoral mexicana, quien se opuso abiertamente a ese tipo de alianzas.

Así que en un primer momento, sin “grandes beneficiarios”, se puede decir que dos precandidatos a la presidencia Enrique Peña Nieto, actual gobernador del Estado de México, y Andrés Manuel López Obrador, caudillo de la izquierda ya derrotado en una elección presidencial en 2006, así como los grupos que representan, sean tal vez los primeros derrotados en las elecciones del 4 de julio. Este hecho abre cancha a otros actores, además de Nava y Ortega, como Marcelo Ebrard, Manlio Fabio Beltrones y Manuel Camacho, aspirantes al parecer a la silla en Palacio Nacional.

Rutas y corredores… ¿del narco?

 

Si pudiéramos superponer un par de mapas de México, sería interesante observar no sólo los cambios de color en los gobiernos estatales y la alcaldías (y congresos locales), sino el contraste que eso implica en dos grandes rutas que sigue el tránsito de personas, mercancías y droga hacia los Estados Unidos: el noroeste y la ruta del golfo.

Así las cosas, arriba y a la izquierda en ambos mapas quedan dos de los puntos de salida más importantes y violentos de nuestro tiempo. El primero es Tijuana, y en general la franja norte de Baja California que hoy ha reconquistado el PRI al PAN. Ahí, por cierto, ya más de una investigación ha ligado las obras y dichos de priístas connotados a los negocios del narco, específicamente de los hermanos Hank Rohn.

En Ciudad Juárez, el PRI ganó sin sombra de duda y sigue controlando una ciudad militarizada desde hace dos años por su actual gobernante, José Reyes Ferriz, de la mano del gobierno federal. De alguna manera toda la frontera noroeste va a quedar bajo la tutela priísta, de su estilo peculiar de gobierno, y serán ellos los que negocien o enfrenten a los diversos grupos del narco, la empresa privada (sobre todo maquiladora) y la inseguridad general de la región.

En Sinaloa no ocurre lo mismo. La meca del narco mexicano, y principal productor agrícola del país, ha vivido una elección reñida. La ventaja del candidato del PAN-PRD Mario López Valdez, “Malova”, parece ya insalvable para el priísta Jesús Vizcarra. Pero la división llegó más lejos y tuvo una peculiar manifestación: el estado donde nacieron los Beltrán Leyva, Mayo Zambada, el Chapo Guzmán y tantas leyendas del narco y sus corridos, parece haberse partido por la mitad en las elecciones municipales.

En los municipios sinaloenses más al norte, como Guasave, Navolato, Culiacán o Badiraguato, la ventaja era hasta el lunes para el PRI y sus aliados. En el sur (Rosario, Escuinapa, Mazatlán y otros) la ventaja era para el PAN-PRD y sus acompañantes en las boletas. Pareciera haberse instalado una nueva rivalidad entre sinaloenses, siendo ambos candidatos a gobernador de extracción priísta y acusados los dos de nexos con el narcotráfico (Vizcarra al parecer es compadre del Mayo Zambada y Malova, cuando era presidente municipal de Ahome, fue señalado como protector del narcomenudeo).

Bajo este esquema, ¿tuvo alguna influencia sobre los votantes el asesinato del candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú? Parece que no. La votación obtenida por su sustituto en las elecciones del domingo pasado, su hermano Egidio, fue de más del 60 por ciento, casi 2 a 1 contra el candidato del PAN. El aviso, la ejecución o el golpe que representó esta muerte no buscaba alterar el resultado en las urnas.

Lo que sí parece modificarse es la posibilidad de controlar las rutas antes mencionadas. En el caso de la ruta del Golfo de México, el triunfo de panistas y perredistas en Oaxaca y Puebla deja cortada una larga línea de movilidad, que viene desde Sud y Centroamérica, y llega por la disputada Veracruz hasta Reynosa y Matamoros, en el estado de Tamaulipas. Por ella corren muchas veces la cocaína, los migrantes (muchos en ese temido ferrocarril conocido como La Bestia) y siempre los textiles que produce la maquila poblana. El efecto de los resultados de la jornada electoral en estos ámbitos de la vida mexicana está recién por verse.

Quién ganó qué cosa en Oaxaca

 

El Estado de Oaxaca fue considerado el nodo estratégico de la disputa electoral. Luego de la votación, Gabino Cué obtuvo 50,1 por ciento de los votos, poniendo fin con su victoria a 80 años de gobiernos priístas. Todos los informes colectados en las mesas y casillas hablan de la gran expectativa que la población tenía respecto al resultado, inclusive con notorias acciones de vigilancia civil espontánea.

Ahí, rodeado por la mayor concentración de población indígena y una pobreza legendaria en las estadísticas nacionales, el ganador de la contienda no lo es todo. El gobernador electo Gabino Cué, ex funcionario de Ernesto Zedillo, ex alcalde de la capital del estado y senador con licencia, podrá gobernar una región convulsa y multicolor, pero no necesariamente la controla o ha conseguido domeñarla con su victoria.

En Oaxaca se asientan hoy algunos de los proyectos mineros más grandes y peligrosos ambientalmente en México. Una muestra importante sería la del valle de Ocotlán; en San José del Progreso la minera Cuzcatlán, propiedad de Fortuna Silver Inc y otras compañías, ha generado un rechazo movilizado de las comunidades de la zona. Pero hay varios desarrollos mineros por el estilo, y muchas transnacionales canadienses, estadounidenses y europeas presentes en la extracción de minerales preciosos y a la caza de riquezas.

Las grandes empresas productoras de energía, sobre todo españolas, como Iberdrola y Endesa, tienen en Oaxaca inversiones que han afectado la vida de la gente, como el llamado Corredor Eólico que se asienta en los pueblos del istmo, en la zona de Juchitán, y que ha ya generado rechazo y denuncias de las organizaciones sociales.

Es en Oaxaca donde el Plan Puebla Panamá tiene uno de sus polos de desarrollo más notables (la carretera transístmica, por ejemplo) y es ahí donde la biodiversidad, como en Chiapas, es también un objetivo de empresas, laboratorios y algunas instituciones de investigación ligadas a proyectos de explotación comercial o “biopiratería”.

Entre el capital, nacional e internacional, y tantos recursos naturales, queda por ahora asentada una resistente capa compuesta por la mayor diversidad étnica y comunitaria que hay en México. Contra ella operan, desde hace tiempo, las fuerzas del gobierno federal, y han operado brutalmente los cuerpos represivos del estado comandados por Ulises Ruiz. Ante la necesidad de garantizar la paz para el saqueo que denuncian a diario las y los oaxaqueños, no queda hoy claro qué hará el gobierno de Gabino Cué, apoyado abiertamente por Felipe Calderón desde la ciudad de México.

Tampoco es evidente lo que sigue en conflictos como los mencionados antes, sobre la migración centroamericana y el narcotráfico, o la impunidad que ha cubierto los asesinatos de luchadores sociales y líderes indígenas, así como otros crímenes relacionados a la represión estatal del movimiento ciudadano de 2006. Ni mucho menos, luego de la reconciliación propuesta por Cué —“Nosotros somos promotores de la paz y por ello vamos a llamar a la reconciliación siempre”—, es posible admirar si hay líneas políticas para enfrentar problemas de más largo aliento y profundidad, como el que afecta a la región triqui. Porque tal vez es temprano para saberlo, pero también porque algo más cabe destacar de Oaxaca…

Votar y vigilar

 

La noche del 4 de julio hubo celebraciones (el lunes 5 también) en los tres estados donde la coalición PAN-PRD triunfaba. En Sinaloa los simpatizantes de Malova celebraban en su centro de operaciones y los de Rafael Moreno Valle hacían algo parecido en Puebla. La gente en la ciudad de Oaxaca salió a las calles, a la Fuente de Siete Regiones, a escuchar al vencedor, pero también a celebrar la derrota del delfín de Ulises Ruiz como propia, en verbena popular, recordando ahí mismo una de las consignas más populares de la movilización de la APPO en 2006: “Ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó”.

Previamente, dos días antes de la elección, y como llano ejemplo del ambiente que se iba gestando en el estado, un hombre detuvo su coche en la esquina de Las Casas y 20 de Noviembre en pleno centro de la capital oaxaqueña. Con el semáforo en rojo, el hombre descendió del vehículo y arengó a la gente a su alrededor, mirando al sitio que ocupaba el plantón de los maestros de la sección 22. No le pagaba nadie, no era algo planificado: estaba ahí pidiendo asumir la responsabilidad del voto, la necesidad del cambio y, en su opinión, recalcaba que había llegado la hora de derrotar a Ulises Ruiz, votando. No importó que el semáforo cambiará de color y los coches se acumularan detrás del suyo, el hombre entregó el mensaje que tenía y solamente después, tan espontáneamente como comenzó, desapareció en su automóvil.

Y es que durante las semanas previas a la votación la discusión sobre el significado de estas elecciones en Oaxaca se volvió cotidiana. En camiones y en lugares de reunión la gente debatía y comentaba en todo momento sobre Cué, Ulises Ruiz, Eviel Pérez Magaña (el candidato perdedor) y la necesidad de cambio en la política local.

Tal vez como producto de una adecuada lectura del momento, la propaganda política de la última fase de la campaña política de la oposición al PRI dejó de mencionar nombres. Aparecieron volantes y calcomanías que evocaban el cambio y apelaban al extendido rechazo que el actual gobernador recibe de la población.

Pero no hay que engañarse mucho, porque esta vez, a diferencia de las votaciones más recientes en Oaxaca, no se trata de un vaivén simple en la preferencia electoral, un voto de castigo (como en 2006) o el abstencionismo del miedo, como en 2007, cuando apenas un 35 por ciento de los electores concurrieron a las urnas.

El 4 de julio de 2010, aunque sea apenas un 56 por ciento, la participación de la gente en la votación alcanzó un nivel histórico, porque el objetivo no era votar simplemente. Es muy posible que a partir de toda la discusión previa, que germina de movilizaciones y resistencias diversas, inclusive de las barricadas que en 2006 impedían de facto el ejercicio del poder establecido, se haya asentado un sentido común que rebasa la mera elección del candidato de turno.

Más que castigar o premiar a los partidos, las y los ciudadanos de Oaxaca parecen haber realizado una esperanzada acción preventiva, en el fondo también demandante con el triunfador de los comicios. La inédita fluidez de los debates, generalizados y variopintos, permite pensarlo… la alta participación también.

Que los conflictos no se sigan resolviendo “como antes”, comprando y sujetando consciencias con dinero y recursos del estado. Que las demandas y las movilizaciones no reciban la brutalidad como respuesta. Ni palo ni zanahoria, pudo decir el domingo 4 de julio la gente de Oaxaca. Los votantes fueron bajo la presión de esa necesidad a plasmar una exigencia, la del respeto. Y el triunfo es ya inobjetable; habrá que esperar un tiempo para saber si Gabino Cué y su equipo de trabajo, apoyados por el gobierno federal, respetan o no la decisión tomada en las urnas.

Pendientes y ganadores

 

Quizá por todo lo anterior, tejido o mezclado, a veces en abierta disparidad, la elección del “super domingo” tenía en Oaxaca su epicentro. Y la gente ganó. Aunque no fueron los únicos beneficiarios de sus votos, porque junto a Cué el partido que gobierna México desde el centro también tuvo réditos mencionables.

En la votación por la alianza que triunfó, la desagregación por partidos en las boletas electorales (algo que confundió a muchos votantes pero no detuvo su arrojo), permite ver que los sufragios por el PRD y Convergencia (partido que cobijó a Cué en primer lugar a su salida del PRI) han decaído mucho. En cambio, sobre todo en algunos municipios urbanos, como Oaxaca y Tuxtepec, el PAN avanzó enormemente, al grado de disputar el caudal de votos al priísmo sin contar con los votos de sus aliados.

Luego, en varias regiones el voto cruzado ha sido manifiesto. En Tehuantepec, por citar una, el diputado electo será del PRI, pero Gabino Cué ganó la elección para gobernador. Ahí, al parecer, se muestra que el apoyo dado a Cué por dos ex gobernadores príistas, José Murat y sobre todo Diódoro Carrasco, no era nomás un discurso y algunas fotos.

En este sentido, es bueno recordar que los 12 gobernadores electos el 4 de julio, así como buena parte de los diputados y alcaldes de todos los partidos en lucha, surgieron e hicieron carrera política en el mismo partido, el PRI. En el caso de “Malova”, hablamos de unos meses entre ser príista y volverse panista. Rafael Moreno Valle y Gabino Cué dejaron ese partido hace ya años. Sin embargo, y el voto cruzado en Puebla y Oaxaca lo muestra, sus nexos con el priísmo no están muertos.

De todos modos, para los oaxaqueños y muchos otros mexicanos que se animaron a sufragar bajo la atenta mirada de militares, sicarios y políticos, esta reciente jornada electoral no fue un ensayo ni una victoria aplastante para nadie. Aunque el señor presidente anuncie que ganó la democracia, el problema político fundamental que aqueja a México desde que Felipe Calderón tomara el poder apoyado por el PRI y los militares sigue vigente. Es imposible decir quién ejerce el mando en este país y quién habrá de gobernarlo.

TE RECOMENDAMOS