La lucha unida, legado de las trabajadoras del hogar en América Latina y el Caribe

Las trabajadoras del hogar han enfrentado la desigualdad, la explotación y el aislamiento. Sin embargo, se han unido en una lucha por el reconocimiento y la dignidad laboral.

Por: Blanca Juárez

Por unos días dejaron aquellas casas ajenas, que limpiaban a cambio de un escaso pago y muchos desprecios, y cruzaron las fronteras. El 30 de marzo de 1988, entrando el otoño en el sur, trabajadoras del hogar de 11 países crearon una organización regional. La primera en el mundo. Hoy, trabajadoras de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Uruguay, Costa Rica, Ecuador, República Dominicana y Venezuela constituyen La Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar (Conlactraho), así nombraron a la unión de asociaciones y sindicatos esparcidos por América Latinaa en los que desde hacía años luchaban por el reconocimiento y la dignificación de su empleo. Nunca más caminarían solas.

Una de las actividades que fueron definidas como prioritarias desde el inicio de la Conlactraho fue la capacitación sobre sus derechos y la incidencia política para mejorar sus condiciones de vida, según Elsa Cheney (1930–2000), antropóloga feminista estadounidense, profesora universitaria de la Universidad de Iowa, quien desempeñó un papel fundamental para la creación de la confederación. 

Actualmente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en América Latina y el Caribe hay más de 14.8 millones de personas en el trabajo del hogar remunerado. Esa cantidad representa el 20 por ciento del total de la población dedicada a dicha actividad a nivel global.

Resabio de la esclavitud y la colonización, las mujeres que se dedican a este trabajo siguen siendo en su mayoría racializadas, empobrecidas y migrantes internas o internacionales. Éste es quizá el trabajo más feminizado, pues en la región nueve de cada 10 personas que laboran limpiando casas y cuidando de personas y animales son mujeres, según ese mismo organismo.

En los años 90, Aída Moreno Valenzuela (Chile, 1947-2021), trabajadora del hogar y líder social, le dijo a Elsa Cheney: “Las condiciones de trabajo en el sector de los servicios domésticos son similares en todos nuestros países, es decir, una suerte de semiesclavitud modernizada”. 

La realidad que señalaba Moreno hace más de 30 años, y que todavía prevalece, fue la que llevó a las trabajadoras del hogar de la región a unirse. “Enfrentábamos condiciones muy similares en cuanto a la discriminación cultural y en el sistema jurídico. Los pocos cambios que se habían hecho eran insuficientes, por eso teníamos que hablar por nosotras mismas”, dice Marcelina Bautista a Mira: feminismos y democracias.

Marcelina Bautista fundó en el año 2000, en la ciudad de México, el Centro Nacional para la Capacitación Profesional y Liderazgo de las Empleadas del Hogar (Caceh). Su activismo fue clave para la creación del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (Sinactraho) en 2015 y para la aprobación de una serie de reformas legales en favor de las trabajadoras de este sector en 2019 y 2022. 

La Conlactraho, señala Bautista, fue creada para “impulsar, desarrollar, fortalecer y reivindicar la lucha y mejorar las condiciones de vida del sector”. Y si bien las organizaciones afiliadas a esta confederación han logrado grandes avances en sus países, apenas el 9.8 por ciento de las trabajadoras del hogar de América Latina y el Caribe cuenta con la cobertura total de seguridad social. 

Además, siguen experimentando maltratos y, en el confinamiento de la pandemia de covid-19, muchas quedaron incomunicadas. El pago justo de salario sigue siendo una lucha, por ejemplo, en México, según la Red de Mujeres Empleadas del Hogar de Guerrero, los salarios que pagan muchas familias no rebasan los 100 pesos diarios (cerca de 6 dólares). 

En la mayoría de los países, no se les ha reconocido el derecho a la seguridad social o las prestaciones. Siguen experimentando maltratos y, en el confinamiento de la pandemia de Covid-19, muchas quedaron incomunicadas.

“La sociedad no valora este trabajo porque no considera que sea productivo o que contribuya al desarrollo de la nación (…) Lo que no se reconoce es que las trabajadoras del hogar ofrecen un servicio que permite que otros produzcan bienes y servicios, mismos que la sociedad considera importantes”, le dijo Aída Moreno a Elsa Cheney, quien recogió su testimonio en la publicación Ni “muchacha” ni “criada”: las trabajadoras del hogar y su lucha por organizarse.

Las organizaciones y sindicatos que se han podido formar en diversas latitudes se han acompañado y fortalecido entre sí para avanzar en el reconocimiento de sus derechos laborales y por la dignificación de esta actividad.

Del aislamiento a la unión

Uno de los retos más significativos que han enfrentado para organizarse es el aislamiento. Su centro laboral no es una fábrica, donde la congregación facilita las charlas sobre sus problemas y el intercambio de estrategias para resolverlos, o una oficina u otros espacios colectivos.

Su centro laboral es un hogar ajeno. Casas particulares resguardadas constitucionalmente, aunque la protección es para la familia residente, no para ellas. En esos espacios seguros para muchas personas, ellas están expuestas a diversas formas de violencia, desde la económica hasta la sexual.

Pese a ello y a que sus horarios y lugares de empleo no coinciden, fueron logrando cierta unión. Ésta ocurrió a diferentes tiempos y de diversas maneras:

Según ha documentado la investigadora Mary Goldsmith, muchas organizaciones “fueron impulsadas por sectores de izquierda de la Iglesia católica, sobre todo por la Juventud Obrera Cristiana (JOC): tales fueron los casos de Brasil, Colombia, Chile y Perú”.

La JOC, un movimiento iniciado por el sacerdote Joseph Cardijn en Bélgica en 1925 para brindar educación y propiciar la defensa de derechos laborales, también llegó a México y le brindó a Marcelina Bautista el apoyo para comenzar a organizar a sus compañeras trabajadoras del hogar.

Sin embargo, tal vez previo incluso al desafío del aislamiento, existe otra barrera para la organización en cualquier sector obrero: la propia identificación como trabajador o trabajadora.

“Más triste aún es la mentalidad de las propias trabajadoras del hogar, quienes se sienten inferiores a las personas que hacen otros tipos de trabajo”, señaló Aída Moreno a Elsa Cheney.

“Yo no sabía que mi trabajo tenía derechos, que yo misma tenía derechos. Me acuerdo que en la primera casa donde estuve, la señora me decía ‘la sirvienta’, y yo así lo acepté porque no sabía. Así me decía su familia y la gente que iba a verla”, recuerda Sara Alonso, trabajadora del hogar en la ciudad de México de 62 años de edad. 

Un día de descanso, cuenta, vio a Marcelina Bautista en una entrevista en la televisión. “Decía que somos trabajadoras y yo lo creí porque, claro, hacer esto cuesta trabajo”. Aunque Sara Alonso no se ha acercado a Caceh o al Sinatraho, ahora ella se nombra trabajadora, 45 años después de haber laborado en esta actividad, pues comenzó a los 17 años de edad. 

 También Aída Moreno comenzó a trabajar en una casa particular siendo aún adolescente. Durante la dictadura militar chilena, resistió desde la organización obrera y lideró diferentes organizaciones de empleadas del hogar. Ella fue también la primera secretaria general de la Conlactraho en 1988.

Por ello, la creación de la confederación  nació con el lema: “No basta tener derechos, hay que tener conciencia para defenderlos”. Pero no es fácil cuando por siglos se ha despreciado este trabajo y a quienes lo realizan. O quizá precisamente se rechaza por quienes lo realizan.

El menosprecio ha sido social, económico y jurídico. En muchos países, como Brasil, se les prohibía sindicalizarse. En México, hasta apenas 2019, la ley laboral permitía que tuvieran jornadas de 12 horas diarias.

“En ciertos países, las autoridades civiles las hostigan. Por ejemplo, un caso reciente fue que las mujeres que asistían al 11 Congreso de la Conlactraho fueron interrogadas por la policía y durante varios meses tuvieron que cambiar su lugar de reunión, de un parque público a otro”, apunta Elsa Cheney en Ni “muchacha” ni “criada”: las trabajadoras del hogar y su lucha por organizarse.

Este relato de Elsa Cheney nos traslada a los escenarios de sus reuniones: parques públicos. Les faltaban, y aún les faltan, los medios económicos para alquilar un salón de convenciones en algún hotel, acceder a centros exclusivos o erigir una sede oficial, recursos con los que sí cuentan muchas otras agrupaciones sindicales.

Victorias regionales

La Conlactraho “ha participado en encuentros de la ONU, del movimiento feminista, de centrales obreras y organizaciones civiles”, posicionándose en agendas políticas internacionales, señala la profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Mary Goldsmith, en su reporte Disputando fronteras: la movilización de las trabajadoras del hogar en América Latina

Hallar respaldo, incluso en los movimientos feministas, fue un desafío. Hasta la fecha, decía Elsa Cheney en 1998, “existe poco contacto con los grupos feministas, casi todos los cuales mantienen su distancia respecto al movimiento de empleadas domésticas”.

Mientras Aída Moreno decía en 1993: “Nosotras nunca hablamos del hecho de que esas otras personas —profesionales, empleados de gobierno, empresarios y, sí, incluso militantes de los movimientos feministas— no podrían realizar sus actividades si nosotras no estuviéramos en sus casas, cuidando a sus hijos y llevando a cabo las tareas domésticas esenciales que permiten que sus hogares funcionen adecuadamente”.

Pero gracias a esa movilización internacional, en la que la Conlactraho sumó aliadas a su causa, los sindicatos y organizaciones lograron cambios legislativos primero en Brasil, Chile, Costa Rica y Perú. En México rompieron el cerco hasta 2019, cuando una reforma a la Ley Federal del Trabajo, les reconoció por primera vez derechos laborales básicos.

En ese mismo año, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) inició un programa piloto para incorporarlas al sistema de seguridad social, en respuesta a una orden de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de 2018. A partir del año 2022, se estableció la obligación para las personas empleadoras de inscribir a las trabajadoras del hogar en el IMSS.

En el año 2011, lograron que la OIT adoptara el Convenio 189 sobre el trabajo decente para las trabajadoras y trabajadores domésticos (C189). Hasta el año 2024, ha sido ratificado por 36 países y falta que 160 más lo hagan. La travesía por el reconocimiento pleno de sus derechos y la posibilidad real de ejercerlos todavía es larga. En sus pocos tiempos libres, entre las jornadas de trabajo doméstico remunerado y el no remunerado, las trabajadoras se siguen reuniendo para discutir sus necesidades y sus estrategias.

En febrero pasado llevaron a cabo el foro virtual Intercambio de experiencias de trabajo del hogar y seguridad social. En los próximos días, la Conlatraho dará a conocer los resultados de un estudio sobre racismo y discriminación contra las empleadas del hogar en la región.

Entre los avances que han logrado podemos mencionar la Ley 26.844 en Argentina. Fue promulgada en 2013 y les reconoce sus derechos a la seguridad social, el aguinaldo, vacaciones, licencias por enfermedad e indemnización por despido, entre otros. 

En Bolivia, la lucha de la Federación Nacional de Trabajadoras Asalariadas del Hogar de Bolivia (Fenatrahob) logró que en 2003 se creara en aquel país la Ley 2450 de Regulación del Trabajo Asalariado del Hogar. 

Y “después de más de 18 años de gestiones permanentes, las trabajadoras del hogar de Bolivia, cuentan con un seguro de salud que las protegerá a ellas y sus familiares hasta tercer grado de parentesco”, informó el Ministerio del Trabajo en un comunicado en septiembre de 2021. 

En Brasil, la edad mínima permitida para laborar en esta ocupación es de 18 años, a diferencia de otros países donde pueden trabajar desde los 15 años. El pago de al menos el salario mínimo, jornada laboral semanal máxima de 44 horas, aguinaldo y vacaciones están reconocidos. Sin embargo, carecen de seguridad social. 

En cambio, las trabajadoras del hogar en Perú lograron ser incorporadas al sistema obligatorio de pensiones desde el año 2020. En Colombia consiguieron la seguridad social desde 2013. 

En México, las reformas legales para hacer obligatoria la seguridad social de las trabajadoras del hogar concluyó en 2022. Previamente, en 2019, el Congreso modificó la Ley Federal del Trabajo para reconocer su derecho a una jornada máxima de 8 horas, con un descanso semanal de día y medio, vacaciones y salario digno, entre otras condiciones básicas. 

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