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Tras su sexta reunión ministerial, la OMC “regresó a casa cojeando pero aún en pie”. El organismo multilateral se salvó de un tercer fracaso al hilo, el cual hubiera evidenciado su incapacidad para conciliar la agenda de liberalización con su mandato de desarrollo. En este texto se ofrece un balance de los resultados y una narración de la resistencia en las calles.

Del 13 al 18 de diciembre miles de personas convergieron en Hong Kong para la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC). En el Centro de Convenciones, protegido por líneas policiacas y vallas improvisadas, se reunieron los delegados gubernamentales. Los ministros de los países desarrollados llevaron una agenda de apertura forzada para sus productos y sus inversionistas. Los países en vías de desarrollo llegaron a defender principalmente los intereses de sus elites empresariales que buscan un nicho en la economía globalizada.

Al lado congregaron las Organizaciones No Gubernamentales de todo el mundo que analizaron y monitorearon las negociaciones y tuvieron acceso al edificio principal. En algunos países, sus críticas y alternativas han logrado tener influencia en las delegaciones oficiales, y a veces sus protestas y declaraciones son recogidas por los medios. A través de contactos afuera de la reunión oficial, difunden información de lo que sucede dentro a los activistas en las calles. A pesar de ello, las negociaciones entre los representantes gubernamentales se desarrollan a puerta cerrada, en un toma y daca en el cual el poder y la riqueza desiguales entre los países juegan papeles estelares a la hora de acordar las cuestiones sustantivas.

El abanico de la resistencia

Afuera de la sede oficial la historia es otra. Allí se juntaron grandes contingentes de campesinos y pescadores de Corea del Sur, Tailandia, Filipinas, Japón, Taiwán e Indonesia, además de otros países, incluyendo una pequeña delegación de México. Junto con ellos marcharon sindicalistas, mujeres, migrantes y miembros de ONG que acompañan a los movimientos. En el centro del Parque Victoria, donde las organizaciones altermundistas habían puesto sus carpas para información y seminarios, y donde se reunieron para sus movilizaciones, estaba un altar y una foto enorme de Lee Kyeong-Hae, el agricultor coreano que se inmoló en las movilizaciones contra la OMC en Cancún en el 2003. La consigna de los campesinos es contundente: ¡Abajo con la OMC!

Las delegaciones oficiales llegaron a Hong Kong sin acuerdos y con grandes discrepancias. Se veía remota la posibilidad de alcanzar acuerdos sustanciales. La OMC ya llevaba dos fracasos rotundos, cuando las negociaciones colapsaron sin acuerdos en Seattle (1999) y Cancún (2003). El tercero hubiera llevado a una crisis institucional innegable. Sin embargo, en el último momento el Grupo de los 20 bajo el liderazgo de Brasil y la India firmó un acuerdo para la eliminación de los subsidios a la exportación de productos agrícolas para el año 2013. Un acuerdo risible, dado que la demanda expresada al entrar a las negociaciones ­según ellos irreductible­ fue la eliminación para el año 2010, y aun así dejaba afuera la mayoría de las exigencias más importantes de los pequeños productores rurales, sobre todo el asunto de controlar el acceso a sus mercados de productos estratégicos.

Cuando se deshizo el nudo gordiano de la agricultura con la espada de la Unión Europea y Estados Unidos, el G-20 empezó su lobby para presionar que se aceptaran los textos sobre servicios y acceso a mercados para productos no agrícolas, textos que responden a los intereses de los países ricos. Los únicos países que protestaron oficialmente contra la declaración final fueron Venezuela y Cuba, y no quedó claro cómo el texto iba a reflejar sus puntos. Sin fijarse un calendario ni avances concretos para los otros temas la sexta ministerial de la OMC "regresó a casa cojeando pero aún en pie."

De esta manera, la organización se salvó de un tercer fracaso que hubiera hecho evidente su incapacidad para conciliar la agenda de liberalización con su mandato de desarrollo.

Esta fue la mala noticia para los movimientos sociales, que sostienen que la salvación del proceso de la OMC es una condena para miles de campesinos en todo el mundo. Mientras siga adelante la agenda de liberalización comercial y privatización en el campo, los pequeños productores sufrirán la pérdida constante de sus trabajos, sus tierras y su cultura. Los países, en consecuencia, seguirán sufriendo la erosión de la soberanía alimentaria y nacional. Así lo ha dicho Vía Campesina Internacional, organización social que encabezó la marcha más militante de la jornada contra la OMC en Hong Kong, y que exige la salida de la agricultura del organismo multilateral. Nadie apuesta al caos, sino a una profunda reflexión ­acompañada por estudios serios­ sobre el impacto de la liberalización comercial en los pobres de todos los países y en el desarrollo. Sin esto, seguir de frente en la liberalización comercial desenfrenada es un acto irresponsable que arrastra las vidas de la gente más vulnerable y marginada del planeta.

La resistencia en las calles

El 17 de diciembre se realizó la marcha campesina en Hong Kong. Una jornada de resistencia y represión que refleja cómo se van marcando líneas en la lucha entre dos paradigmas del futuro: de un lado, la defensa de la soberanía y del modelo campesino de agricultura; del otro, de la globalización impuesta desde arriba por las grandes corporaciones.

Al comenzar la movilización, como siempre, sus participantes parecer no tener prisa. En el Parque Victoria, que es donde están los puestos y el escenario donde los altermundistas realizaban sus actos culturales, los contingentes de campesinos y pescadores se forman, esperan y escuchan discursos en por lo menos cinco idiomas. A pesar del retraso, los manifestantes son muy formales. No sólo se identifican por sus banderas sino que la mayoría tiene gorras o chalecos, una especie de uniforme para marcar pertenencia. Se forman en filas aun sentados en el pasto y comparten comida preparada por sus bases de apoyo. En esta marcha, si no perteneces a una organización, y has adquirido cierta disciplina, no tienes lugar.

Alberto Gómez, de la UNORCA, está allí junto con tres representantes de la organización del estado de Guerrero. UNORCA es miembro de Vía Campesina Internacional, que organiza esta marcha y forma la descubierta. El francés José Bové, Rafael Alegría, de Honduras, Nico Verhagen y dirigentes de varios países asiáticos desfilan tras las banderas verdes.

A unas diez cuadras de la salida del Parque encontramos las primeras barricadas de metal que ha puesto la policía de Hong Kong. De repente empiezan los primeros choques. Los policías han bloqueado las calles con rejas de metal para que la marcha no se acerque al Centro de Convenciones donde los delegados juegan su futuro enclaustrados y en secreto. La consigna de la marcha es llegar al centro y hacer escuchar su voz. Se trata de llegar lo más cerca posible de donde se toman las decisiones.

La Vía Campesina forma una línea en la descubierta. Los brazos de sus integrantes y los palos de las banderas se convierten en una especie de puerta para controlar quién puede pasar y quién no a la batalla callejera contra los policías. Únicamente dejan pasar a los coreanos que se van contra las barricadas, con insistencia pero sin golpear a personas. Utilizan sus piernas y brazos contra los escudos policiacos. Sus movimientos parecen una coreografía perfectamente bien ensayada y muestran el alto nivel de entrenamiento que tienen. Los gendarmes les lanzan un spray de pimienta, naranja y pegajosa que quema la piel. Los afectados regresan a la marcha con caras rojas de sufrimiento y son lavados por sus compañeros.

En eso logran tumbar varias barricadas y la marcha avanza, topando con la policía, peleando, organizando la retirada y buscando nuevas rutas. Hay sólo una o dos personas heridas. La mayoría están afectadas por los gases lacrimógenos, el spray y agua de alta presión que las fuerzas del orden avientan para retomar el control del terreno.

De repente se desata una guerra callejera por el control de las calles entre el Centro de Convenciones. La marcha y los coreanos van abriendo espacios poco a poco y el contingente rápidamente avanza para ocupar y mantener el terreno ganado. Vía Campesina sigue formando la primera línea y los coreanos cruzan por debajo para enfrentarse con la policía. Están extremadamente bien organizados ­tienen hasta comisionados para recoger la basura. Todas las cosas que parecían servir para la tramoya cuando empezó la marcha ­unas placas de madera con caritas y consignas pintadas, chalecos salvavidas que estrenaron el primer día cuando se lanzaron al agua, cadenas para representar la esclavitud del régimen comercial­ resultaron tener un uso práctico en las batallas callejeras. Las placas de madera con caritas pintadas se convierten en escudos, los chalecos identifican a los líderes y protegen contra golpes. Cuando se cansan unos o les toca el gas, entran los relevos.

Logramos subirnos a un puente que pasa por arriba de la carretera y que lleva al Centro de Convenciones. Ya es de noche; son como las seis y media de la tarde. Los coreanos forman una barrera y sólo dejan pasar a sus compañeros, hombres y mujeres, para ir contra la policía. Sus tambores avisan cuando hay enfrentamiento y siguen con sus ritmos ominosos durante la batalla para dar fuerza a sus guerreros. El ambiente es muy tenso. La línea de enfrentamiento ese traslada abajo del puente y de repente se oye el grito de la victoria que quiere decir que han roto la línea de contención. En eso, se escucha una explosión y aparece una nube de gas. Es la última cosa que vemos porque lo que sigue es la ceguera colectiva. Inmediatamente todos los que están en el área empiezan a correr, sin ver. Dicen los periódicos del día siguiente que echaron más de 20 latas de gas lacrimógeno en el mismo lugar casi al mismo tiempo. Es fuertísimo. Los ojos lloran y arden, pero mucho peor es el efecto en los pulmones. No puedes respirar, cada inhalación es como inhalar fuego, no sabes si volverás a tener aire.

Después, viene un rato que parece interminable. El aire que entra es un poco mas frío, baja el ardor. Las primeras bocanadas de aire fresco raspan en el pecho pero son como bendición. Mucha gente vomita y tose pero lentamente empieza a recuperarse.

El regreso

La policía ha retomado la mitad del puente. Forman una línea detrás de sus escudos, traen las máscaras puestas. Parece que han ganado en una maniobra maestra. ¿Quién volvería a enfrentar algo así? Pues, todos. La marcha se recompone y regresa al puente.

Pero aquí no hay avance y se abre otro frente en otra calle. Todos corren por allá. Se acaba a las ocho treinta de la noche en una calle ancha cerca del Centro. Nos sentamos allí a esperar una noche larga, a dar discursos y platicar. Sin embargo, a las nueve la policía otra vez comienza a avanzar. Toman el puente arriba de nosotros y dos líneas de policías con todo el equipo antimotines empiezan a apretarnos en medio. Echan gas pero no tan fuerte. No nos movemos. Ya hay información que los que quedan van a la cárcel. Se toma la decisión de quién va y quién se queda afuera. Son los coreanos, unos 900, juntos con algunos miembros de otras organizaciones asiáticas detenidos. Inseguros, inciertos, los gendarmes finalmente permiten que salgan los demás.

La prensa insiste en retratar a los coreanos en particular como "violentos". No fue así. La "violencia" se limitaba a empujones, algunos con palos de bambú y algunas botellas de plástico que se aventaron. La policía respondió con gases sin aviso y golpes con palos aunque tampoco fue una respuesta sangrienta.

La cultura oriental, la desesperación de los campesinos, la disciplina casi militar y la fuerza de los números se combinan de tal manera que cuando ves a los coreanos en acción te hace sentir que has llegado a la médula de la resistencia. Es sentir que esta gente, sin ser agresiva, está dispuesta a llegar a las últimas consecuencias, sabe por qué y para qué lucha, y sabe cómo hacerlo. No es ira, es una convicción y compromiso tan hondos que van mas allá de cualquier otra cosa que he visto. Dos días antes hicieron una marcha que consiste en dar tres pasos y arrodillarte en posición de oración. Físicamente es muy duro, y así avanzaron kilómetros. El sacrificio no es exclusivo de los coreanos. También lo hizo Alberto Gómez y tiene las rodillas ensangrentadas para comprobarlo.

Mientras tanto los delegados oficiales no llegan a un acuerdo. Deciden seguir en sesión hasta la madrugada. Se ve que va a ser una larga noche para todos. Pero algunos están en un edificio de lujo, mientras otros están en la cárcel, y otros más en la calle junto con un viento frío que viene de la Bahía de Hong Kong.

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