Buenos Aires: los más pobres resisten la "limpieza social"

Las villas miseria de la capital argentina son escenario de un agudo conflicto entre el gobierno de la ciudad, presidido por el empresario Mauricio Macri, y sus habitantes, los más pobres y marginados, que han sufrido décadas de persecuciones.

"Ahora", grita Orlando, y nos lanzamos corriendo sobre los ocho carriles de la autopista, atestada de camiones que llegan al puerto repletos de soja y otros productos básicos (commodities) para alimentar el ganado de los países europeos y asiáticos. Al llegar a la vereda opuesta de la avenida Antártida Argentina, nos internamos por una calle de tierra en medio de viviendas precarias de ladrillo sin revocar. Estamos entrando a la Villa 31 o Retiro, un lugar "muy peligroso" del que no es fácil salir con vida, según los media conservadores de Buenos Aires.

Pasamos cerca de un pequeño campo de fútbol donde algunos niños corren detrás del balón y llegamos al Comedor Padre Mugica, que luce un enorme mural con la figura del sacerdote-emblema del barrio. Es un galpón de mediano tamaño, paredes descascaradas y techo de chapa donde nos recibe Jhony, un hombre bajo y corpulento de unos 60 años, que luce pelo negro brillante. Es jubilado del puerto, nació con la villa y la lleva en el corazón, a tal punto que dedica todo su tiempo a organizar y atender uno de los 20 comedores comunitarios de la villa.

Sentadas en largos taburetes de madera, un grupo de mujeres-madres conversan en voz baja. El comedor puede albergar casi 100 personas en media docena de largas mesas, y una cocina del mismo tamaño de la que salen todos los días 600 raciones para los vecinos, la inmensa mayoría niños. El gobierno entrega sólo 300 raciones que ellos estiran para abastecer una demanda que no para de crecer, aunque el gobierno asegura que la economía crece un 8-9% todos los años.

Jhony y un grupo de madres voluntarias, hacen realidad todos los días el milagro cristiano de la multiplicación de los panes. El gobierno pone la comida, pero ellos se encargan de cocinarla, servirla y mantener el lugar en condiciones. Por la mañana sirven una taza de té a los niños de camino a la escuela, y a partir de las ocho las familias esperan el almuerzo. Trabajan hasta la tres de la tarde y luego el comedor se convierte en centro social. "Aquí se hacen los velorios y los cumpleaños de esta parte del barrio", dice con orgullo una de las madres.

Una vecina llega con un volante que denuncia la ofensiva mediática del gobierno de la ciudad contra las 14 villas de Buenos Aires, donde ya viven 235,000 personas. Según datos no oficiales, desde la crisis de 2001 las villas duplicaron su población y en año y miedo crecieron un 30%. Macri fue elegido en 2007 para dirigir la ciudad por la mayoría absoluta de la conservadora capital argentina. Fue presidente de Boca Juniors, el club de fútbol más popular del país, fue aliado del presidente neoliberal Carlos Menem y no son pocos los que aseguran que su fortuna no la obtuvo de forma transparente.

En la campaña electoral prometió urbanizar las villas y erradicar la de Retiro, trasladando a su población a zonas periféricas o alejadas del centro. Los 40,000 habitantes de la Villa 31 saben que esa zona es muy codiciada por las empresas inmobiliarias—se han hecho multimillonarias obras en la zona portuaria lindante con la villa. Para ellos, sería repetir la triste historia que vivieron bajo la dictadura militar.

Historias de pobreza y dignidad

Orlando se ofrece de guía para recorrer la villa. Cuenta que nació en Cochabamba, Bolivia, y que vino a vivir aquí cuando tenía apenas un año. Caminamos por anchas calles de tierra y grandes charcos de barro, entre casas a medio construir de dos y hastas tres pisos. Abundan los pasadizos y todas las viviendas parecen estar conectadas entre sí. En los bajos hay decenas de comercios familiares que ofrecen frutas y verduras, útiles escolares y golosinas, ropa y artículos de limpieza.

Casi todas tienen un salón que utilizan como taller. En las villas no sólo se vende; se produce de todo, desde ropa hasta reparación de coches. Una economía en la frontera entre la informalidad y la ilegalidad. Muchas familias instalan puestos en los mercados de la zona, otras consiguieron empleos más o menos estables en la ciudad formal, y una parte imposible de fijar tiene negocios ilegales. Todas esas economías son lubricadas por flujos inagotables de solidaridad, que trasmuta la humillación en dignidad.

Llegamos a un local bastante precario que luce un cartel pintado a mano: "Centro Comunitario El Campito". Bajo una tenue luz se distinguen carteles a favor de Evo Morales, y Osvaldo explica que la mayor parte de los habitantes de la villa son bolivianos y paraguayos, y los argentinos suelen venir del norte, de las provincias que limitan con esos países. Una enorme foto del padre Mugica y otra del periodista desaparecido Rodolfo Walsh, engalanan la pequeña biblioteca, y un Che de aire juvenil parece saludarnos con su sonrisa contagiosa. En la villa todo parece política o, mejor, resistencia.

Una nube de niños y media docena de madres están festejando el cumpleaños de Julián, fundador del centro comunitario cuatro años atrás. Asegura que Macri "representa al poder económico concentrado que siempre quiso estas tierras", y que ahora quieren completar la erradicación que la dictadura no pudo concluir.

Es hora de hablar del pasado, de la historia de la villa, y para eso Orlando sugiere escuchar a Jhony. Con lentitud sus palabras van dando forma a una historia vivida con dolor. La villa fue formada por los obreros portuarios desocupados a raíz de la crisis de 1929. Son 15 hectáreas públicas entre el puerto y una de las grandes estaciones ferroviarias que conecta con el norte del país. En la década de 1940 llegaron inmigrantes europeos y obreros del ferrocarril. A fines de los años 50 había ya seis barrios y una coordinadora que agrupaba a los delegados.

A comienzos de los años 70 la villa tenía unas 16,000 familias, entre 50-60,000 habitantes. Una Coordinadora villera agrupaba a todas las villas de la ciudad, que luchaban por la tenencia de la tierra, la vivienda y la radicación en el barrio urbanizado. En ese período aún no existían los asentamientos, que tienen características y genealogías distintas: la villa se forma en base al arribo familia por familia a un espacio en permanente re-definición. El asentamiento es una toma colectiva, organizada previamente con un diseño planificado de los espacios.

Durante la dictadura militar (1976-1983) el intendente brigadier general Osvaldo Cacciatore implementó una política de erradicación violenta de las villas. Los militares llegaban por la noche, obligaban a familias enteras a subir a camiones con sus pocas pertenencias, y los dejaban en las afueras de la ciudad, perdidos en lugares que desconocían. A los extranjeros los trasladaban hasta la frontera. Luego las topadoras derribaban las viviendas para dejar la tierra arrasada. "Buenos Aires no es para cualquiera sino para el que la merezca. Debemos tener una ciudad mejor para la mejor gente", decía Cacciatore.

En apenas tres años, en 1979, quedaban sólo 46 familias, entre 180 y 200 habitantes. Los otros 60,000 habían sido expulsados, junto a otras decenas de miles de otras villas de la ciudad. La expulsión compulsiva fue frenada en 1979 por un recurso de amparo presentando por los "curas villeros". Al retornar la democracia en 1984, la villa se repobló rápidamente, a un ritmo de 200 familias por noche, con viejos y nuevos villeros. Aunque en los neoliberales años 90 hubo intentos por desalojarlos, a través de una "limpieza de pobres" que derribó 800 viviendas en 1995, la Villa 31 sigue creciendo hasta albergar 40,000 habitantes.

Los curas villeros

Fueron y son uno de los actores sociales y políticos más importantes de Argentina y merecerían un largo espacio. Como consecuencia del Concilio Vaticano II, en octubre de 1962, comenzó en el mundo cristiano un fuerte debate que en América Latina se focalizó en la actitud hacia los pobres. El 15 de agosto de 1967 se publicó el Manifiesto de 18 Obispos del Tercer Mundo. Nueve de ellos eran brasileños, encabezados por Helder Camara, y uno colombiano.

El texto denunciaba "el imperialismo internacional del dinero" y que "la Iglesia ha estado prácticamente siempre ligada al sistema político, social y económico". Criticaban a los ricos que "habían lanzado una guerra subversiva … masacrando a pueblos enteros". El Manifiesto terminaba con el versículo 28 del capítulo 21 del Evangelio de Lucas: "Poneos de pie y levantad la cabeza, pues vuesta liberación está próxima".

La idea de la "liberación" se extendió como un reguero por toda América Latina. En Argentina, en diciembre de ese año y en un clima de fuerte agitación social, bajo la dictadura militar de Juan Carlos Onganía, 270 sacerdotes firmaron el Manifiesto. En mayo de 1968, se realizo el primer encuentro nacional que creó el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), que llegó a agrupar a 524 sacerdotes, el 15% del clero diocesano.

Algunos miembros del movimiento predicaban en villas miseria, como Carlos Mugica, quien había nacido en 1930 en el elegante Barrio Norte. No sólo daban misa en las villas sino que unos cuantos comenzaron a vivir con los más pobres. Las precarias capillas eran levantadas por la comunidad, en base al trabajo colectivo del mismo modo como construyen sus viviendas. Como muchos colegas, Mugica era peronista, apoyaba las luchas sociales, defendía que los trabajadores tomaran el poder para construir un mundo nuevo, y mostraba simpatía con la guerrilla. Pero en 1973 Mugica se distanció de la guerrilla declarando: "Como dice la Bilbia, hay que dejar las armas para empuñar los arados".

Algunos obispos los apoyaron, pero la jerarquía eclesiástica argentina siempre fue fiel aliada de los privilegiados y de los militares, con quienes establecieron una sólida alianza durante la dictadura. Miguel Ramondetti, quien fue secretario general de MSTM, sostenía que el episcopado argentino "siempre fue el más retrógrado, junto al colombiano, de América Latina".

Los curas villeros fueron el sector de la iglesia más comprometido con los pobres y quizá por eso el más atacado. El 11 de mayo de 1974 Mugica fue asesinado en Buenos Aires por el grupo paramiltiar Alianza Anticomunista Argentina (AAA). Fue el primer sacerdote asesinado en el país. Mugica participaba también en el Equipo Pastoral para Villas de Emergencia que en 1968 había creado el Episcopado. Fue acribillado cuando salía de la parroquia de San Francisco Solano, donde fue velado por miles de pobres, y luego en la capilla de Cristo Obero en la Villa de Retiro.

A su entierro acudió una multitud impresionante integrada por pobres de las villas miseria, que "lo acompañó por más de 50 cuadras hasta la Recoleta, en una manifestación de fe con tal profundo sentido religioso y popular, que no se tiene memoria, en nuestra ciudad, de otra similar". Veinticino años después, sus restos hacían el camino inverso, retornando desde el cementerio más lujoso hasta la capilla de Retiro: "Cuatro cuadras de villeros marcharon con las imágenes de las vírgnes de Copacabana y Caacupé, con banderas de Paraguay y de Bolivia y con las consignas que, seguramente, dijeron hace 25 años pero a contramano: pan, techo, trabajo", escribió el diario La Nación.

Según el libro "Iglesia y dictadura" del defensor de los derechos humanos Emilio Mignone, el régimen militar persiguió a más de 60 sacerdotes y obispos: 21 fueron asesinados y desaparecidos, entre ellos el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli; 10 sufrieron largos años de prisión; otros 11 fueron presos, torturados y luego expulsados del país; más de 20 debieron exiliarse. El MSTM se debilitó por diferencias internas y dejó de funcionar en 1976, al instaurarse la dictadura.

La guerra de Macri

Los sacerdotes comprometidos con los pobres siguen siendo una pesadilla para los poderosos, por el arraigo que tienen en sus barrios y por su descarnada visión del mundo de los opresores. El 13 de julio de 2008 falleció Rodolfo Ricciardelli, fundador del MSTM, que vivía desde 1973 en la villa 1-11-14 o Bajo Flores. Resistió las topadoras de la dictadura desde la parroquia María Madre del Pueblo, donde levantaron además un comedor y jardín maternal, aunque le desaparecieron a cinco catequistas.

Ricciardelli fue velado a cajón abierto en la iglesia "entre vírgenes y jesuses negros"; tenía "una remera y bandera del club Boca Juniors a sus pies y lo rodeaban fotos suyas y otra del cura asesinado por la AAA, Carlos Mugica". Las vecinas lloraban y aseguraron que cuando se producían robos en el barrio, el sacerdote iba a las casas de los ladrones para hacerles devolver lo robado.

El 11 de junio de 2007, cuando arreciaba la campaña de Macri, quien se declaró admirador de Cacciatore, contra las villas, 15 sacerdotes de siete villas de Buenos Aires, entre ellos Ricciardelli, difundieron un texto titulado "Reflexiones sobre la urbanización y el respeto por la cultura villera". El texto es una de las piezas más profundas de análisis y comprensión de la cultura de los sectores populares urbanos.

Comienza diciendo que "vivir en la villa" ha hecho que los sacerdotes tengan "una mirada particular" y diferente de la que puedan tener quienes viven en otros espacios. A contracorriente de los políticos y de la sociedad formal, que creen que entre los pobres todo es "carencia" y negatividad (drogas, violencia, miseria), postulan "una mirada positiva de la cultura que se da en la villa".

"La villa no es un lugar sólo para ayudar, es más bien el ámbito que nos enseña una vida más humana, y por consiguiente más cristiana. Valoramos la cultura que se da en la villa, que surge del encuentro de los valores más nobles y propios del interior del país o de los países vecinos, con la realidad urbana. La cultura villera no es otra cosa que la rica cultura popular de nuestros pueblos latinoamericanos". La considera parte del "cristianismo popular", un cristianismo "no eclesiástico" que "el pueblo siempre lo vivió como propio, con autonomía".

Los curas villeros aseguran que la cultura villera "celebra la vida porque se organiza en torno a ella". Destacan los valores de fraternidad y solidaridad: el "dar la vida por el otro", "preferir el nacimiento a la muerte" y sobre todo "ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa y compartir el pan con el hambriento". Mientras la "sociedad liberal se organiza y hace fiesta en torno al poder y a la riqueza, y que es expresión de ideologías de derecha a izquierda", la cultura villera profesa "valores que se sustentan en que la medida de cada ser humano es Dios, y no el dinero".

De ese modo, los sacerdotes invierten el discurso discriminador de las autoridades y de buena parte de la sociedad, que apunta a criminalizar la pobreza. A la hora de enfrentar la propuesta de urbanizar las villas, dicen: "La cultura villera tiene un modo propio de concebir y utilizar el espacio público. Así la calle es extensión natural del propio hogar, no simplemente lugar de tránsito, sino el lugar donde generar vínculos con los vecinos, donde encontrar la posibilidad de expresarse, el lugar de la celebración popular".

Rechazan la palabra urbanizar porque "es unilateral, se da desde el poder, y muestra una desvalorización de la cultura villera". Pero van más lejos al cuestionar los valores dominantes: "Si urbanización significa que la cultura porteña invada con su vanidad la cultura villera, pensando que progreso es darle a los villeros todo lo que necesitan para ser una ‘sociedad civilizada’, no estamos de acuerdo".

La carta representó uno de los principales frenos a las ambiciones del gobierno de la capital y de las empresas inmobiliarias para hacer buenos negocios con tierras urbanas muy bien situadas. La especulación urbana en la zona cercana al puerto ha llevado a grandes empresas de capitales argentinos, europeos y estadounidenses, a crear Puerto Madero, un megaemprendimiento tipo barrio cerrado que cuenta con marina privada para yates, hoteles cinco estrellas, oficinas de multinacionales y restaurantes de lujo.

Ahora proyectan ampliarlo con Puerto Madero II, pero para eso necesitan "liberar" las 15 hectáreas de la Villa 31. Esta vez no pueden usar las topadoras. Pero, se sabe, la codicia no tiene límites. La sólida alianza entre los habitantes de las villas y sus curas, y el aporte de los movimientos sociales argentinos, parece en condiciones de resistir a las "topadoras" del capital especulativo. Pero el capital y el poder político están usando nuevas armas, mucho más sutiles.

"Están buscando dividirnos a través de punteros que llegan con mucho dinero. Uno de ellos se hace llamar comandante porque en los 70 era de izquierda", dice una de las madres que acompañan a Jhony en el comedor comunitario. Ella es delegada de su manzana y cuenta que por las noches su casa es pintada por gente que trabaja para los punteros, y que recibe provocaciones casi constantes. Una de las peleas más fuertes es en torno a la organización de la villa.

El poder político ha optado por impulsar que cada barrio elija una junta vecinal, en la que el presidente tiene un poder casi absoluto. Pero ellos, sobre todo ellas, prefieren a los delegados de manzana, a los que conocen y con los que tienen relaciones cara a cara. Entre todos, forman un cuerpo de delegados, inspirados en la tradicional cultura obrera fabril. En la Villa 31 se formó el cuerpo de delegados en 2001 con unos 60 integrantes.

"Nosotros al presidente nunca lo vemos. Aparece cuando hay elecciones para la junta, reparte dinero y después nunca más viene. En cambio elegimos delegados por manzana, de uno a cinco según la cantidad de familias. A ellos los vemos todos los días porque son vecinos. Y si lo hacen mal, los cambiamos", comenta la misma madre. La experiencia de la Villa 31 dejó algunas enseñanzas: tienen que controlar a sus "representantes" para que no los compren los poderes. Saben que si consiguen hacerlo, Macri y el capital especulativo habrán ganado.

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