Cientos reunidos para confrontar la militarización de Latinoamérica

Llueve a cántaros en La Esperanza, Honduras. En las últimas semanas las lluvias han arrasado cosechas, caminos rurales, y en algunos casos lo poco que los campesinos tenían para subsistir. Pero hasta en el instante en que las calles se vuelven charcos gigantes y lodazales y los ríos se aprestan a inundar los campos, el pueblo todavía hace honor a su nombre y representa esperanza.

Esta persistencia, absurda por momentos, caracteriza también la lucha de los más de 800 miembros de organizaciones de todo el hemisferio reunidos en el II Encuentro Hemisférico Frente a Militarización. Absurda, porque en las apenas primeras horas de presentaciones, ya tuvimos una visión de un hemisferio bajo asalto. Persistencia, porque a pesar de amenazas y penurias, la gente acudió desde todos los rumbos para encontrar maneras de detener a la militarización, y en lugar de desalentarse ante la magnitud de los retos, halló maneras reales de progresar compartiendo ideas y culturas, problemas y soluciones.

Desde el primer encuentro en mayo de 2003, los participantes han desarrollado una definición amplia de la militarización. Concebirla meramente como la presencia de fuerzas armadas no es suficiente. En Colombia y Chiapas, por ejemplo, las fuerzas paramilitares constituyen una amenaza formidable. En muchas partes del hemisferio se están utilizando las fuerzas policíacas como fuerzas de choque para sofocar la protesta social, implementando planes para arrancar el control de los recursos naturales a las comunidades rurales y para crear un clima de miedo en las ciudades.

Conforme al modelo actual, el gobierno de Estados Unidos—cuyas francas intervenciones militares siguen frescas en el recuerdo de muchos de los presentes—puede tener presencia y control militar en una nación sin enviar sus tropas, a través de la capacitación en métodos y objetivos militares que conforman a la agenda de seguridad nacional del gobierno de EEUU (como pasa en la Escuela de las Américas), la contratación de empresas privadas de seguridad, y su participación directa en la infraestructura de inteligencia y espionaje de otros países.

En un adelanto trascendente, los participantes—miembros casi todos de organizaciones de base indígenas, campesinas y obreras—analizaron también cómo la militarización brota de una mentalidad, la misma mentalidad del patriarcado que perpetúa la violencia contra las mujeres. El militarismo se fundamenta en esta mentalidad que ve al cuerpo de la mujer como botín de guerra, y como campo de batalla para intimidar y aterrorizar el enemigo, no sólo por parte de las fuerzas armadas en las guerras y los conflictos, sino también dentro del ámbito doméstico y en las calles. La militarización no podría prosperar si no fuera por esta mentalidad, junto con formas coloniales de educación que alimentan el racismo y la discriminación.

Otra reflexión importante que salió de los talleres del encuentro fue en torno al papel dual del sistema de justicia. A lo largo y ancho de América Latina, "hijos de la Ley Patriota" (de Bush) han nacido y sido adoptados por las legislaciones nacionales a instancias expresas del gobierno de Estados Unidos y las instituciones financieras internacionales. Estas leyes "antiterroristas"—carentes de valor real para combatir el terrorismo internacional que casi no existe en América Latina—ya se han aplicado contra protestas sociales en El Salvador, Nicaragua y México. En tanto que nuevas leyes criminalizan la disidencia, del otro lado del sistema disfuncional de justicia se ostenta la impunidad de que gozan las fuerzas de seguridad, quienes han cometido toda suerte de crímenes en contra de su propio pueblo, incluyendo estupros, asesinatos, asaltos y torturas.

Los hombres y mujeres del Encuentro frente a la Militarización saben que están nadando a contracorriente, en el contexto de políticas tales como el Plan México/Iniciativa Mérida, y megaproyectos que introducen "desarrollo" respaldado con ametralladoras. No importa. Para ir más allá de lo que pudiera parecer una visión de resistencia romántica, tendría que contar el trabajo cotidiano que hacen los individuos y organizaciones representados en el encuentro. Sería una narrativa maravillosa—llena de valor y de esperanza. Faltando eso, habrán ustedes de imaginar, entonces, qué ocurre cuando se mezclan el conocimiento, el compromiso y la capacidad de casi un millar de personas de todo el continente reunidas en defensa de su tierra, sus vidas y sus comunidades contra la dominación militar. Aun después del desolador recuento de aflicciones, eso basta para inspirar a la acción y, sí, al regocijo.

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