RIFLELANDIA. A propósito de la masacre de Uvalde, Texas.

Ningún país se identifica con el rifle como Estados Unidos. Basta un somero recorrido por la historia contada por ellos mismos, tantas veces reflejada por Hollywood:

Rifles para colonizar: el arma para la expansión de los blancos, anglosajones y protestantes (WASPs) hacia el Oeste. Su Conquista del Oeste no fue simplemente un avance sobre un territorio despoblado; fue el despojo, a riflazo limpio de decenas de pueblos indígenas y de millones de kilómetros cuadrados.

Rifles para diezmar: una vez conquistados los pueblos indios muchas veces se rebelaron, desde los que habitaban la costa este, como los Powhatan, en el siglo XVII, hasta los pobladores de las planicies, como los cheyenes y los sioux, y los apaches y comanches en el suroeste. Fueron diezmados, aniquilados. Todavía se conmemora dolorosamente la masacre de los sioux en Wounded Knee todavía en 1890.

Rifles para invadir y subyugar: son incontables las incursiones norteamericanas para expandir su dominio y mercados en otros países. Tan sólo en América, 30 intervenciones desde 1776, del Ártico a la Tierra del Fuego. Nosotros la sufrimos en 1847 y luego en 1914 y 1917 Cuba, Puerto Rico a finales del siglo XIX; la Dominicana en 1917 y 1965; las más recientes, Panamá en 1983, Granada, en 1989. En otros continentes, 28, entre las que destacan dos guerras mundiales, la Guerra Hispanoamericana, Vietnam, dos veces Irak, Afganistán. El paisaje cambia, los rifles se modernizan, pero siempre están ahí

Rifles para reprimir: al movimiento por los derechos civiles en los años sesenta; a los jóvenes que protestan contra la guerra de Vietnam; a los disturbios de las minorías raciales en las grandes ciudades como Los Angeles, Baltimore y Chicago.

Rifles para entretener: el rifle es el gran protagonista de los filmes de Hollywood: desde los mosquetones de los héroes de su Guerra de Independencia, al Winchester 73 de los filmes del Oeste, al MI de las epopeyas fílmicas de la Segunda Guerra Mundial o el M16 de las tropas subcontratadas de las guerras de Oriente Medio. Los fusiles de la serie semanal “Combate” de los años 60. ¿Quién de la generación de los “baby boomers” no recuerda la serie “El Hombre del Rifle”?

La Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América que confiere a las y los ciudadanos el derecho a poseer y portar armas de fuego es en cierta manera, la “democratización de la violencia legítima” reservada en general al Estado. Legitimidad que no depende de ninguna instancia constitucional ni legal sino, ya entrados en justificaciones, del criterio de cada persona.

Esa horrorosidad de origen es uno de los factores principales de las masacres. Porque una vez que el deseo de matar se justifica individualmente –ya sea por odios supremacistas, ya sea por venganzas ante hostigamientos personales, ya sea por traumas propiciados por una sociedad traumogénica- lo de menos es conseguir armas letales y emplearlas contra quienes son desde punto de vista del gatillero, las amenazas, siempre más imaginadas que reales. De ahí a disparar contra niñas y niños indefensos, contra jóvenes estudiantes, contra simples consumidores en un supermercado no hay más que un pequeño paso que de inmediato se franquea.

Ciertamente en los Estados Unidos hay mucha más gente sana mental y socialmente que gente desequilibrada, sin embargo, no son las personas sino el sistema social excluyente, represor y violento el que parece que está predominando, el país de las balas y estrellas.

¿Hasta cuándo?

Mi solidaridad con las víctimas de Uvalde, la mayoría de ellas niñas y niños, de origen hispano.

Víctor M. Quintana es asesor al Frente Democrático Campesino de Chihuahua e investigador/profesor en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y colaborador con el Programa de las Américas

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