Encima de una colina con vistas sobre Puerto Príncipe, un haitiano musculoso vestido con una camiseta verde levanta una barra de acero y la golpea con fuerza contra un agujero, aplastando así un poco del esqueleto calcáreo de Haití. El hombre es fuerte, pero después de algunos minutos de martilleo en el calor húmedo, el sudor fluye como riachuelos sobre su cuerpo. Me pasa la herramienta.
