Las mujeres que paran la olla en Argentina

En Argentina, dos de cada tres niños y niñas son pobres o están privados de derechos básicos, como la vivienda, la educación o el acceso a un baño. El número se combina con otro fenómeno histórico, conocido como feminización de la pobreza: las mujeres representan el 64% de la población de menores ingresos. En este contexto, el gobierno del presidente libertario Javier Milei, desde su asunción en diciembre, ha implementado medidas de ajuste que, lejos de mejorar la situación, han exacerbado la crisis de manera rápida y despiadada. 

Entre otras decisiones, Milei recortó los fondos destinados a comedores populares, que son los espacios que históricamente han salido a contener en cada crisis. Muchos han tenido que cerrar, otros entregan viandas secas con los que algunos vecinos aportan. A mitad del año pasado, en Argentina funcionaban 35 mil comedores en los que trabajaban casi 135 mil personas, dando de comer a 10 millones de personas. Pero el número de personas que acuden a los comedores no para de aumentar. Tras una devaluación furiosa entre diciembre de 2023 y febrero 2024, la población en pobreza en Argentina ha aumentado descomunalmente: al cierre del 2023, 44.7% de la población vivía en pobreza y, para enero de este año, era un porcentaje del 57.4%. La indigencia, por su parte, se disparó de casi 10% en 2023 al 15% en solo unos meses.

Los comedores y las crisis argentinas

A lo largo de la historia argentina, las ollas populares han desempeñado un papel crucial en la alimentación de los sectores más vulnerables de la sociedad. Estas iniciativas comunitarias surgieron como respuesta a las crisis económicas recurrentes en el país, ofreciendo alimentos básicos a quienes más lo necesitan. 

Durante la crisis económica en Argentina en 2001, los comedores se convirtieron en un pilar fundamental para muchas familias que enfrentaban dificultades económicas. En aquel momento, la comida en los comedores era una salvación para quienes no tenían suficientes recursos para alimentarse adecuadamente. Era habitual ver a personas de todas las edades formando largas filas frente a los comedores. Fue entonces que empezó a crecer el movimiento de las ollas populares. En esquinas de las diferentes ciudades, los vecinos y vecinas se reunían y comenzaban a cocinar. Se convirtieron en una forma de solidaridad y supervivencia para muchas familias argentinas que luchaban contra la crisis económica. Con el tiempo, las ollas populares se transformaron en un símbolo de protesta y resistencia contra las políticas gubernamentales, movilizando a la sociedad en descontento. Fueron claves en el estallido popular de diciembre de 2001.

Las que paran las ollas son mujeres

Desde las primeras ollas populares hasta los comedores comunitarios que se multiplicaron en los barrios más necesitados, son actividades gestionadas principalmente por mujeres. Son ellas quienes dedican tiempo y esfuerzo para garantizar que sus vecinos no pasen hambre. 

En Argentina, en muchos comedores populares son las mujeres quienes se encargan de cocinar y organizar las comidas para las familias necesitadas. Estas mujeres, a menudo madres y amas de casa, desempeñan un papel crucial en garantizar que la comida llegue a quienes más lo necesitan. Su dedicación y esfuerzo ayudan a mantener funcionando estos espacios de ayuda comunitaria.

A mitad de 2023 se presentó una iniciativa para reconocer y valorar el trabajo de estas mujeres que cocinan en los comedores. La idea es crear una ley que otorgue derechos y beneficios a estas cocineras, reconociendo su labor fundamental en la lucha contra el hambre y la pobreza en el país. Esta medida busca no solo dignificar su trabajo, sino también mejorar sus condiciones laborales y reconocer su importante contribución al bienestar de la sociedad. Por el momento, la iniciativa ha quedado en la nada. La importancia de reconocer el papel central de las mujeres en la gestión y funcionamiento de estos comedores, así como en la lucha contra la pobreza en general, es fundamental para encontrar soluciones efectivas y sostenibles que aborden las raíces estructurales de la desigualdad y la exclusión.

Se recrudece la crisis 

En los últimos meses se agudizó la problemática de los comedores populares, dado que el gobierno de Milei ha decidido reducir significativamente los recursos destinados a estos comedores, argumentando la necesidad de ajustar el gasto público para sanear las finanzas del país. Sumado a la inflación descontrolada, está en peligro la continuidad de estas iniciativas. Los comedores están viviendo una situación crítica, con escasez de alimentos y un aumento en la demanda de personas necesitadas. El secretario general de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular, Alejandro Gramajo, ha declarado en medios: “No hay forma de sostenerlos ante la creciente demanda y la falta de alimentos. Tratamos de hacer rifas, pedir donaciones. Hay millones de familias que no están comiendo”. A las filas se ha sumado otro fenómeno: familias pasándose el dato sobre en qué comedor sí hay almuerzo. 

La Iglesia, a través de la Conferencia Episcopal, ha alertado sobre la crisis alimentaria y ha pedido al gobierno que asista a los comedores comunitarios para garantizar la seguridad alimentaria de la población más vulnerable. Diversos movimientos sociales y organizaciones comunitarias han alzado su voz para exigir una solución urgente. La Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) ha vuelto a reclamar alimentos para los comedores comunitarios, destacando la importancia de estas iniciativas en la lucha contra el hambre y la exclusión social. 

Los defensores de los comedores populares argumentan que estos espacios no solo proporcionan alimentos básicos, sino que también cumplen una función social crucial al brindar un lugar de encuentro y contención para quienes atraviesan momentos difíciles. Además, señalan que el recorte en estos programas podría tener consecuencias devastadoras para miles de personas, especialmente niños y ancianos, que dependen de ellos para cubrir sus necesidades básicas de alimentación.

Por otro lado, los partidarios del gobierno de Milei sostienen que el recorte en los comedores es necesario para reducir el gasto público y mejorar la eficiencia del Estado. Argumentan que el país se encuentra en una situación económica delicada, con altos niveles de deuda y déficit fiscal, y que medidas como esta son indispensables para evitar una crisis económica aún mayor a largo plazo. Cómo si la economía no fuera una ciencia social, no hay límites en los recortes: no importan ni las mujeres ni las niñeces ni nada. 

La feminización de la pobreza, un fenómeno regional

En Latinoamérica, la pobreza afecta más a mujeres y niños debido a una serie de factores complejos. Según datos del Banco Mundial, en la región, el 60% de las personas en situación de pobreza son mujeres. Esto se debe en parte a la brecha de género en el acceso a la educación y al empleo. Muchas mujeres tienen menos oportunidades educativas y enfrentan discriminación en el mercado laboral, lo que las deja en trabajos informales y mal remunerados.

Las ollas populares se transformaron en un símbolo de protesta y resistencia contra las políticas gubernamentales, movilizando a la sociedad en descontento.

Además, las mujeres suelen ser las principales responsables del cuidado de la familia de forma no remunerada, lo que limita su capacidad para trabajar fuera del hogar y generar ingresos. Esto se agrava aún más en hogares monoparentales encabezados por mujeres, que son especialmente vulnerables a la pobreza. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 37% de los hogares latinoamericanos dirigidos por mujeres viven en la pobreza. En 2022, por cada 100 hombres viviendo en hogares pobres en la región, había 118 mujeres en dicha situación. 

En primer lugar, las mujeres enfrentan desafíos significativos en el acceso a oportunidades educativas y laborales equitativas en comparación con los hombres. La brecha de género en el mercado laboral, caracterizada por la discriminación salarial y la limitada representación en sectores formales y bien remunerados, puede contribuir a la vulnerabilidad económica de las mujeres y sus hogares.

Además, muchas mujeres asumen responsabilidades de cuidado no remuneradas dentro del hogar, lo que limita su capacidad para participar plenamente en la fuerza laboral y generar ingresos suficientes para mantener a sus familias fuera de la pobreza. Esto es especialmente relevante en hogares monoparentales encabezados por mujeres, donde la falta de apoyo financiero adicional puede aumentar la probabilidad de caer en la pobreza.

Entre otros motivos de la pobreza feminizada, está la de los deudores de pensiones alimentarias. En América Latina  se estima que hay al menos 31 millones de niños afectados por la falta de pago por parte de sus padres. Esta problemática se agrava por la falta de regulación efectiva y la dificultad para ejecutar las leyes que protegen los derechos de los menores, lo que deja a muchas madres luchando por obtener el apoyo financiero necesario para garantizar el bienestar de sus hijos. Según datos recopilados, en países como México, solo el 20% de las madres reciben pensiones alimentarias completas, mientras que en Argentina, el 70% de las madres no recibe ningún tipo de ayuda financiera de los padres de sus hijos. 


La falta de autonomía económica de las mujeres las hace más proclives a estar en situación de pobreza, que se agudiza en hogares con mayor presencia de niños y niñas. En todos los países con información disponible para este indicador, el índice de feminidad de la pobreza es mayor a 100, evidenciando que la  pobreza afecta desproporcionadamente a las mujeres que a los hombres.

Según UNICEF, en América Latina y el Caribe, alrededor del 30% de los niños viven en hogares pobres, con poco  acceso a la educación de calidad, sin servicios de salud ni alimentación adecuada, perpetuando así el ciclo intergeneracional de la pobreza. 

Es evidente que la feminización de la pobreza es un fenómeno arraigado en la región latinoamericana, donde las mujeres enfrentan múltiples barreras para acceder a oportunidades educativas y laborales equitativas. La carga desproporcionada del cuidado familiar restringe aún más su capacidad para salir de la pobreza, perpetuando así un ciclo intergeneracional de privación y marginación. Es crucial y urgente que los gobiernos y las organizaciones trabajen en conjunto para abordar estas disparidades de género y promover políticas inclusivas que empoderen a las mujeres y protejan los derechos de los niños y niñas. 

Además de las desafiantes realidades socioeconómicas que enfrentan las mujeres en Latinoamérica, la región también atraviesa una fase de fragilidad democrática preocupante. El golpe en Bolivia, las acciones extremas de Bukele en Ecuador y el ascenso de un libertario en Argentina son solo algunas muestras. El debilitamiento de las instituciones democráticas, el aumento de la polarización política y la erosión de las libertades civiles son tendencias que amenazan el avance hacia una sociedad más justa e igualitaria. En muchos países de la región, se observan retrocesos en términos de respeto por los Derechos Humanos, lo que pone en peligro los avances logrados. Es fundamental abordar tanto las desigualdades de género como los desafíos democráticos de manera integral para construir sociedades más inclusivas y resilientes en Latinoamérica.

La crisis de los comedores en Argentina es un hecho paradigmático que pone de manifiesto la urgente necesidad de abordar las desigualdades de género y la pobreza desde una perspectiva de derechos. Por eso, también destaca la importancia de fortalecer las instituciones democráticas y promover políticas inclusivas que empoderen a las mujeres y protejan los derechos de los más vulnerables en la sociedad. La intersección entre la feminización de la pobreza y la crisis de comedores en Argentina vuelve fundamental exigir que se reconozca el papel central de las mujeres en la gestión y funcionamiento de los comedores populares, así como en la lucha contra la pobreza en general.

Julia Muriel Dominzain es periodista argentina. Escribe y colabora en diversos medios de Argentina y la región. Fue corresponsal desde Moscú. Trabajó en televisión, participa de documentales, guiona, produce y locuta series podcast. Es colaboradora habitual de MIRA: Feminismos y Democracias.

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