Un año después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara a la covid-19 como una pandemia, aquel infausto 11 de marzo, la humanidad dispone ya de trece vacunas aprobadas para uso de emergencia.

Un año después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara a la covid-19 como una pandemia, aquel infausto 11 de marzo, la humanidad dispone ya de trece vacunas aprobadas para uso de emergencia.
El 23 de mayo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que el epicentro del COVID-19 se había trasladado a América Latina, en particular a Sudamérica. En conjunto, hasta el 30 de junio, la región presenta el mayor número de casos de contagio y de muertes en el mundo.
Con la pandemia de la COVID-19, el mundo nos advierte hoy, que, si no logramos construir alternativas al actual sistema regido por un capitalismo voraz, despiadado y extractivo, les robará el futuro a nuestros descendientes.
Ningún país habrá sido tan golpeado como Estados Unidos. La primera potencia del mundo concentra un tercio de los contagios y más de un cuarto de las muertes a nivel global. En apenas dos meses, se han perdido 38 millones de empleos. Salvo Brasil, o países de muy bajos ingresos medios, ningún gobierno ha tenido un manejo tan deplorable de la pandemia.
Con la llegada de la pandemia del coronavirus a los países de América Latina, los pueblos y las comunidades indígenas se enfrentan a los desafíos que trae consigo esta enfermedad agresiva. Ante el abandono de los estados, la ausencia de inversión social en sus regiones, el cero acceso a hospitales regionales o nacionales, las personas indígenas están en una posición de desventaja total.